Dos disparos

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La vida útil

Dos disparos (Argentina-Chile-Alemania-Holanda/2014). Guión y dirección: Martín Rejtman. Con Rafael Federman, Susana Pampín, Benjamín Coelho, Camila Fabbri, Manuela Martelli, María Inés Sancerni, Walter Jakob, Laura Paredes, Eleonora Capobianco y Daniela Pal. Fotografía: Lucio Bonelli. Música: Diego Vainer. Sonido: Diego Martínez Rivero. Edición: Martín Mainoli. Dirección arte: Mariela Rípodas. Distribuidora: Zeta Films. Duración: 103 minutos.

Por Gastón Molayoli

¿Se puede seguir pensando en la teoría de autor en un momento en el que las películas son cada vez más anónimas y más parecidas entre sí? Martín Rejtman es uno de los directores que permiten responder esta pregunta de manera afirmativa. No porque sus películas pretendan ser deslumbrantes, sino porque el universo particular que las constituye no está atravesado sólo por una insistencia temática.

Rejtman se comporta como un baqueano del cine: no necesita manejar el terreno en términos académicos, tiene un mapa en su cabeza y posee una intuición notable. Desde Rapado, una película fundacional para pensar aquello que se llamó Nuevo Cine Argentino, hasta su última película, Dos disparos, puede parecer que su cine viaja a la deriva, pero debajo de la apariencia se esconde una secreta lógica. Un acontecimiento como el robo de una moto, la noticia de que en la misma ciudad hay más de una persona con el mismo nombre, o los dos disparos (uno en la cabeza y otro en el estómago) que se pega un adolescente sólo porque encontró un arma un día de mucho calor, desatan una serie de situaciones y cruces que podrían no terminar nunca, casi como si ese acontecimiento primigenio funcionara como un Big Bang. A partir de allí puede suceder prácticamente cualquier cosa.

Sin embargo, lo que no puede suceder es un encuentro. Los hombres y mujeres del universo rejtmaniano no dialogan; esperan su turno para hablar. No se expresan; escupen las palabras como si estas fueran una obligación. Se dice que el director repite las escenas muchas veces hasta lograr que las líneas de diálogo tengan un tono monocorde, casi robótico. Cuando se piensa el cine de Rejtman, y dejando de lado forzadamente sus documentales Copacabana y Entrenamiento elemental para actores, es difícil pensar en personajes o actores porque los cuerpos parecen un elemento más de la puesta en escena, al punto de que muchas veces los animales (perros, canarios) y los objetos (armas, muñecos, sacos Armani) parecen tener más vitalidad.

El cine de Rejtman podría pensarse como un extenso ensayo sobre la alienación. Todos están ensimismados, los lazos que los vinculan se fundan en circunstancias azarosas (como compartir el mismo signo del zodíaco o haber respondido un mail general sobre unas vacaciones en Mar de Ajó).Los movimientos están reglados, medidos: Mariano, el protagonista de Dos disparos, nada con un cronómetro al lado de la pileta. Por último, la serialización es la regla: en Rapado las motos se parecen, en Silvia Prietola protagonista encuentra a otra persona con su mismo nombre, Alejandro (el protagonista de Los guantes mágicos interpretado por Vicentico) sale a buscar su Renault 12 y encuentra muchos parecidos, la mamá de Mariano en Dos disparos cree que el perro de otra persona es su perro y Ezequiel, el hermano de Mariano, confunde a una chica que cruza en el cine con otra chica de la cual está enamorado.

¿Dije “enamorado”? ¿Puede haber romance en el cine de Rejtman? Quizás no, menos aún en esta película. Mariano se dispara, decíamos, sólo porque hace calor. Su familia piensa que aunque la razón no sea visible (o justamente por eso), hay que controlarlo, seguirlo, mirarlo de cerca para que nada se salga de quicio. Pero como en todo absurdo, el aparente sinsentido esconde sentidos más densos. Siguiendo esa línea, Dos disparos es la película más oscura de Rejtman, y no sólo en un sentido metafórico: la iluminación de los espacios, moldeadosdesde el plano con precisión pero sin estilización, es más tenue que nunca (en una escena, Ezequiel les comenta a unos amigos que hizo pintar de negro las paredes del departamento a pedido de Mariano).

Mariano toca la flauta en un cuarteto de vientos, pero una bala que todavía tiene alojada en su cuerpo filtra un sonido robótico cada vez que sopla. Como si formaran parte de un gran aparato que va perdiendo intensidad con el paso del tiempo, los personajes de Rejtman se difuminan de a poco. Alguien los despojó no sólo de las palabras sino también de sus propios cuerpos. Sólo les queda formar parte de una gran comedia amarga.

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