Primer plano

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El otro Makhmalbaf

Primer plano, de Abbas Kiarostami (Irán/1990), 98 min.

Por Gastón Molayoli

Ver Primer plano veinticinco años después de su realización es una experiencia reveladora. La gran película de Abbas Kiarostami preanuncia, por oposición, todos los excesos de cierto cine contemporáneo, como si este, que recorre festivales en todo el mundo, se hubiera levantado en contra de la simpleza, la sutileza y las emociones auténticas y hubiera derivado hacia una impostada sofisticación. Sus películas están marcadas por un espíritu austero, incluso sus últimas, Copia Certificada y Like somewone in love, filmadas fuera de Irán, donde cuenta con otras condiciones de producción y, en el primer caso, con una cara conocida como Juliete Binoche. Hasta el año de realización de Primer plano (cuyo título original, Close Up, refiere al lente de la cámara que utilizaron para filmarla), Kiarostami filmó películas protagonizadas principalmente por niños para una productora llamada Kanun. El objetivo inicial de estas producciones era educativo, con todo lo amplio que puede resultar el adjetivo, pero en ninguna de ellas el director cayó en el didactismo moralizante que define una buena parte del cine “para niños”. Son películas que establecen una distancia incómoda entre las generaciones y observan, con atención aunque también con un poco de crueldad, la capacidad de asombro y la vitalidad de los niños. De esa etapa vale mencionar El viajero y ¿Dónde está la casa de mi amigo? Ambas transitan la frontera entre la ficción y el documental, aunque no para estancarse en un juego formal sino para acercarse más al mundo.

Primer plano también se mueve en esa hibridez, sólo que su protagonista es adulto. Sabzian es un encuadernador de pocos recursos y un fanático del cine que se hace pasar por el escritor y cineasta Mohsen Makhmalbaf, entra a la casa de la familia Ahankhah y los convence de que deben protagonizar su nueva película. Nos enteramos de la historia de manera indirecta: en la primera escena de la película, un periodista que se entera de la situación gracias a un conocido, se dirige con dos oficiales, en taxi, a la casa de la familia para atrapar al presunto estafador. Antes de llegar, le resume al conductor (y a nosotros) lo que sucede.

Se cuenta que Kiarostami estaba listo para comenzar a filmar otra película y que cuando leyó la noticia en los diarios decidió cambiar los planes y orientar todos los recursos para filmar el caso de Sabzian. Incluso logró convencer a todos los involucrados de que participaran de la película haciendo de ellos mismos. En la primera parte, a manera de reconstrucción dramática (o de registro documental, no lo sabemos), se incluye un diálogo en el que Kiarostami le solicita al juez que adelante el juicio para que puedan ajustarlo al cronograma de producción del proyecto anterior. Cuando el juez le pregunta al director porqué le interesa la historia responde “por sus implicancias con el cine” y no agrega nada más. Antes de esta secuencia, Kiarostami visita a Sabzian en la cárcel. Mientras la cámara, situada a espaldas del director, cierra lentamente el plano hacia el rostro del acusado, lo escuchamos confesar que El ciclista, la obra de Makhmalbaf, es la historia de su vida, la historia de su sufrimiento.

La cinefilia puede definirse de muchas maneras. En su Diccionario Crítico del Cine, Eduardo Russo propone una distinción precisa: hay una cinefilia enciclopedista, que vive de datos a veces insignificantes (como el nombre de una actriz secundaria, el color de la corbata que tenía puesta el protagonista en cierta película y los nombres de todas las mujeres con las que salió un galán) y otra en la que interviene el juicio crítico. Es evidente que Sabzian está en el segundo grupo, algo que puede constatarse durante el desarrollo del juicio: no sólo dice sentirse identificado con el protagonista de El ciclista sino que además demuestra su capacidad para sensibilizarse con la película y explicarla. Sin embargo, en su simulación, él va un paso más allá, porque al hacerse pasar por Makhmalbaf destruye la asimetría que está en la base de la relación entre un artista y un espectador y que condena al segundo a una presunta pasividad, como si este, sentado en su butaca, no actuara estableciendo relaciones, vinculando lo que ve y escucha con su propia historia y con lo que sabe sobre un determinado campo del conocimiento.

Primer plano es la gran película sobre el espectador de cine, una de las que mejor ilustra el alcance y la intensidad que puede tener la experiencia cinematográfica. Y se trata de una experiencia compartida: los primeros planos de Primer plano, concentrados en general sobre el rostro de Sabzian, rara vez lo aíslan de los otros. La espalda de Kiarostami, los miembros de la familia Ahankhah o un policía que presencia el caso, invaden el encuadre desde el fondo, algunas veces como una sombra difusa. Es como si Kiarostami no quisiera dejar solo a Sabzian, al punto de que por momentos la perspectiva desde la cual observamos lo que sucede no se corresponde con la mirada del protagonista, como en la escena que describimos al inicio de esta nota y como en la que sigue, cuando el taxista se baja del auto, observa un avión que atraviesa el cielo, junta unas flores y patea una lata que recorre varios metros por la calle. Cuando los oficiales se llevan a Sabzian de la casa de los Ahankhah, observamos una parte del traslado desde la perspectiva de un amigo de la familia, que mira desde adentro a través una ventana. La decisión es curiosa porque se trata de un personaje poco importante dentro del entramado pero es consecuente con la apertura que Kiarostami demuestra en todas sus películas y, en especial, con el germen mismo de Primer plano ya que originalmente, como decíamos, tenía todo preparado para filmar otra cosa.

Fernando Pujato, en su excelente libro Hacia lo que vendrá, afirma que en la película podría subyacer un discurso ideológico pero que eso no sucede. No estoy de acuerdo. Y no solamente porque es algo imposible per se, sino porque las condiciones de producción son puestas en cuestión. En un libro fundamental para entrar en la obra de Abbas Kiarostami, Jonathan Rosenbaum (co-autor junto a Mehrnaz Saeed-Vafa) cierra su referencia a Primer plano de esta manera: “Sabzian va a la cárcel por hacerse pasar por otra persona, pero Kiarostami recibe premios y reconocimientos por persuadir a Sabzian, a los Ahankhah, al periodista, al juez y a otros para hacerse pasar por ellos mismos”. Entiendo esta contradicción, pero me quedo con otra. Desde el momento en que Sabzian dice que le hubiera gustado tener los medios para filmar la película que le prometió a la familia Ahankhah, se hace foco en un aspecto obvio para pensar el cine: para filmar hacen falta recursos. Makhmalmaf, Kiarostami, Panahi y otros cineastas iraníes, aún a pesar de su marcada austeridad, tuvieron recursos para filmar sus películas. Sabzian, el encuadernador, no los tuvo. Hacia el final nos queda colgada una pregunta que, en el fondo, no tiene demasiado sentido: ¿cómo hubiera sido la película que Sabzian quería filmar? No lo sabremos nunca. Quizás hubiera sido enorme, tan enorme como él.

2 COMENTARIOS

  1. En todo caso lo que subyace es un discurso político -como en cualquier film- pero no una postura ideológica manipuladora, de eso se trata lo que quise decir. Lo de los recursos para filmar es real hasta cierto punto, Wang Bing, solo, con una cámara, filmó gran parte de su obra. y es sólo un ejemplo. Saludos.

  2. Hola Fernando. Disculpá la demora en responder. Recién ahora, que vuelvo a ver el texto después de mucho tiempo, me doy cuenta de que había un comentario. Ahora entiendo a que te referís, aunque no coincido con que asumir una postura ideológica deba implicar necesariamente una manipulación, al menos no con la connotación que leo (porque manipulación, en todo caso, hay siempre que una persona decide cómo se va a recortar el encuadre y cuánto tiempo va a durar un plano). Entiendo también la salvedad acerca de los recursos. Acá en Argentina podrías mencionar a Gonzalo Castro o a Germán Scelso. Sucede que las excepciones no me dicen demasiado acerca del hecho de que gran parte de los cineastas de la historia del cine no vienen de una clase social baja. Lo que desde mi punto de vista hace Kiarostami en esta película, con una sensibilidad enorme, es poner de manifiesto la clase social del protagonista y el modo en que esa clase social modela su manera de ver el mundo.

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