Peligro de derrumbe. Historias de trastornos mentales.

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1965

Todos los martes, a las 21 hs, en el Cineclub Al Filo (CC Leonardo Favio – Bs As 55 – Río Cuarto / Córdoba) 

Por Rodrigo Oviedo

 

La mente humana puede pensarse como una estructura que engloba habitaciones, pasillos y recovecos. Algunos sectores de esta estructura -a la que llamaremos casa- despliegan esa placidez que sólo dan los recuerdos felices de colores vivos, pasteles o de esa luz de tarde otoñal. Pueden ir acompañados también de olores reconocibles, disparadores de más recuerdos. La infancia feliz -inclusive la no tanto- es una usina de sensaciones que más adelante, en la adultez presurosa y en la vejez decadente, visitaremos a menudo para preservarnos y otras, ya entrados en nuestro epílogo, para convencernos a nosotros mismos de que no hemos vivido en vano. También existen las casas que se caen a pedazos. Estructuras sencillas a veces. Otras más intrincadas, cuyo avance por las habitaciones es ir a los tumbos, chocándonos las paredes y las fotografías de nuestra vida desteñidas en sus marcos, reventando contra el suelo a nuestros pies. Otras, deficientes. En estas el caos es cosmos y es cotidiano quedarse encerrado por mucho tiempo en una cueva a oscuras –este tipo de casa tiene cuevas, piedras y barro. Tal es así que existen mentes/casa para quedarse a vivir y otras para quedarse a padecer.

Este ciclo se titula Peligro de derrumbe. Historias de trastornos mentales y comprende cuatro films que bien podrían denominarse casos. En resumen, sus protagonistas son personas que no pueden trascender su pasado, detener su imaginación, separarse de su esencia primitiva que está de vuelta o enfrentar a ese fantasma real que es el otro. El miedo es el otro, decía Sartre, y podríamos ampliar el concepto en un zoom para atrás, hasta que el otro se hace parte nuestra, hasta que ese otro se encuentra no sólo fuera sino también adentro mío: el otro también soy yo. Entonces, un terror íntimo al que no le hace falta abrir la puerta para salir a jugar.

Spider, de David Cronenberg (Canadá/2002), sigue el recorrido de un atormentado Spider (Ralph Fiennes) por los momentos claves de su infancia que lo volvieron el sufriente que hoy deambula por instituciones psiquiátricas. Una madre. Un padre. Él. Oculto los visita. Se visita. Es testigo que se desprende –en realidad jamás se desprende– y observa su pasado. Momentos puntuales. Algo se torció en esa zona, un momento insignificante, un detonador insignificante para cualquiera, pero no para el pobre niño Spiddy. Oh, cuánto amaba Spiddy a su madre. Cuánto detestaba a su padre.

En mi piel, de Marina de Van (Francia/2002) lleva a fondo la pulsión, tan en boga en estos tiempos ejecutivos, de que nos trague la tierra, de querer desaparecer. El vacío de una vida de apariencias, de competitividad y hambre –“hambre” aquí es palabra clave– de pertenencia son el empuje para un ejercicio de introspección, una práctica que lleva a que la famosa frase del Oráculo de Delfos “Conócete a ti mismo” no sea más que una línea barata de un libro barato de autoayuda.

Sólo te tengo a ti, de Laetitia Colombani (Francia/2002), con Audrey Tautou, a la que casi pareciéramos ver en la Amelié que la lanzó a la fama. Con un principio engañoso, al punto de que según este eje temático, uno podría exclamar indignado “¡se equivocaron de película!”, levantarse, salir de la sala, prepotear a los programadores. Pero no. Lo que se cuece en este film, detrás del rosa insoportable inicial es un trastorno basado en la burbuja ilusoria del amor. No se nos ocurre nada más tenebroso que eso.

Repulsión, de Roman Polanski (Inglaterra/1965) al sexo. No me toqués. No me toqués. Alguien en la cama conmigo, al acecho, y su brazotentáculo me rodea el estómago con un movimiento serpentino. Pasillos, blancos, negros. La soledad de mi cuerpo que no quiere ser poseído pero va a ser poseído, contaminado por la suciedad del hombre. Me va a tocar. Me toca. Ya está adentro.

La mente es una casa que se apuntala con vivencias que ocurrieron y que nos ocurren, a las que habrá que sumarles los materiales y ampliaciones que inevitablemente sucederán en el futuro. Detrás del revoque, puede que al lado de esos ladrillos y cemento vigorosos, quizás justo ahí comience a rajarse algo sin que lo notemos, una fisura en nuestra casa a modo de ojo, ojo al afuera y al adentro. Por ahora no pareciera haber peligro de derrumbe, así que disfrutemos –no es esa la palabra, para nada- de estas cuatro películas, de cuatro directores, por cuatro existencias demolidas que ya transitan entre los escombros de las casas que alguna vez fueron, ansiosas por las vidas que llevarían dentro.

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