Fútbol, pasión de multitudes

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Por Amílcar Nochetti*

El título es, claro está, un lugar común, pero pocos saben que el fútbol enfervorizó a las masas populares desde su lejano nacimiento. Ya en 2500 AC se jugaba en China el tsu-chu, un antecedente en el cual la pelota no debía tomar contacto con el suelo. Ese habilidoso deporte tuvo notable auge durante la dinastía Han (200 AC-200 DC), y pasó a Japón con el nombre de kemari: de esa época data el primer partido internacional de la historia. En Egipto se jugó desde 2300 AC, y llegó a Grecia hacia 2000 AC, donde se llamó epyskiros y fue practicado también por mujeres. Con el nombre de harpastum fue muy popular en Roma, y Julio César lo utilizó para entrenar a sus soldados: se supone que él lo introdujo en las Islas Británicas y la población lo adaptó, transformándolo en un deporte colectivo muy violento, donde la muerte era moneda diaria. En 1314 Eduardo II lo prohibió, pero la real interdicción nunca fue obedecida. Mientras tanto, en Italia surgía el calcio, que tuvo sus primeras reglas oficiales desde 1580. En América se jugaba desde 1600 AC el pok-a-tok, convirtiéndose en un deporte muy popular gracias a los mayas, olmecas y aztecas. También los sioux lo practicaron hasta 1700, con el impronunciable nombre de pasuckuakohowog. En 1863 se fundó en Londres la Asociación de Fútbol, y en 1888 se  puso en marcha la Liga del Fútbol Profesional. Por último, en 1904 surgió en París la FIFA. El cine tenía por entonces nueve años de vida, pero no tardaría demasiado en registrar las hazañas del más popular de los deportes.

 

DOCUMENTALES. Esas primeras glorias fueron filmadas para los pequeños noticiarios, pero un temprano esfuerzo documental resultó Uruguayos campeones (1948, Adolfo Fabregat), que pasó revista a las gestas olímpicas de 1924 y 1928, reconocidas por FIFA como parte de su historia: la película luego se perdió, quedando sólo algunos fragmentos. Luego la mayoría de los Mundiales generaron films de desigual calidad. De ellos cabe recordar Gol: la Copa del Mundo (1966, Ross Devenish), Fútbol México 70 (1970, Alberto Isaac) y Fútbol total (1974, Oswaldo Caldeira), y debería olvidarse La fiesta de todos (1978, Sergio Renán), execrable intento de la dictadura argentina por vender al mundo una imagen de felicidad colectiva intentando ocultar una penosa realidad de cárceles, torturas y desapariciones. El batacazo lo dimos los uruguayos, que en 3 millones (2011, Jaime y Yamandú Roos) retratamos con pasión y pericia visual las peripecias de nuestra selección en Sudáfrica 2010, y en Maracaná (2014, Sebastián Bednarik y Andrés Varela) recordamos la gloriosa gesta del 50 mediante una rigurosa investigación histórica sobre la interna de la AUF, sumando un enorme respeto por ese pueblo que sufrió una derrota que nadie imaginaba antes del pitazo inicial de aquella recordada final.

     Las estrellas del balón también tienen su reconocimiento puntual. Pelé encabeza la lista con varios films en su haber, aunque ninguno intentó retratar en profundidad al ser humano, contribuyendo apenas a edificar una leyenda. Garrincha tuvo mejor destino en el cine: Garrincha, alegría del pueblo (1963, Joachim Pedro de Andrade) capturó al gran jugador en el cenit de su carrera, pero no ocultó al público una niñez vivida en las favelas, ni su pasión por las mujeres y el alcohol, que a la postre acabarían destruyéndolo. Franz Beckenbauer fue homenajeado en Líbero (1973, Wigbert Wicker) y Johann Cruyff pretextó En un momento dado (2004, Ramón Gieling), sobre el impacto generado en la sociedad catalana durante sus años como técnico del Barcelona. Mucho antes, el húngaro Ladislao Kubala había sido colibretista de Los ases buscan la paz (1955, Arturo Ruiz Castillo), basada en su propia vida, y en la actualidad Diego Maradona hizo algo parecido junto al realizador Emir Kusturica en Maradona por Kusturica, film que por razones ignotas no se estrenó en Uruguay. Por último, reseñas internacionales elogiaron Una vez en la vida (2006, Paul Crowder y John Dower), sobre el auge y caída del multiestelar Cosmos.

     Párrafo aparte merece La otra final (2002, Johan Kramer): el mismo día del partido por el Campeonato de Japón, se jugó el encuentro entre las dos peores selecciones del mundo: Bután, el pequeño reino del Himalaya, y Montserrat, la isla caribeña, ex colonia británica. Aquí el fútbol fue usado como pretexto para explorar dos culturas muy diferentes, y al mismo tiempo sirvió para demostrar que el deporte puede (y debería) ser un lenguaje universal que acerque a las personas de los puntos más remotos del planeta. Las cámaras siguieron a los dos equipos desde su preparación hasta el enfrentamiento final, construyendo a su alrededor un rico testimonio social, cultural y humano.

 

FICCIONES. La más antigua película sobre fútbol es inglesa: Harry el futbolista (1911, Lewin Fitzhamon) cuenta la historia de un jugador secuestrado por el equipo rival; rescatado por su novia, llega a tiempo a la final para marcar el gol de la victoria. En años sucesivos, el cine británico aportó otros títulos pioneros con muy poco éxito. En Argentina las cosas eran diferentes: Pelota de trapo (1948, Leopoldo Torres Ríos) unió el melodrama deportivo a una veta social de cuño popular, como correspondía a esas épocas peronistas. Fue un gran éxito, y generó una suerte de secuela (El hijo del crack, 1953, Leopoldo Torre Nilsson) que también tuvo su cuarto de hora. En ambos films actuaba Armando Bo, antes de vincularse a la inefable Isabel Sarli.

     La sátira llegó con El presidente del Borgorosso (1969, Luigi Filippo D’Amico), con Alberto Sordi como católico conservador que hereda un equipo de segunda división y se convierte en un fanático irracional. Más exótica resultó La copa (1999, Khyentse Norbu), producción de Bután donde dos jóvenes refugiados tibetanos intentan comprar una TV para mirar el Mundial de Francia a escondidas del Lama. El fútbol femenino fue abordado en Su primera vez (1981, Bill Forsyth), donde un adolescente se enamora de una joven que juega al fútbol mejor que él. La historia ocurría en Escocia y su planteo era feminista, al igual que en Bend It Like Beckham (2002, Gurinder Chadha), donde dos chicas, una inglesa (Keira Knightley) y otra hindú, chocan contra oposiciones familiares debido a sus ambiciones deportivas.

     El fútbol también generó denuncias, como Puchito campeón (1974, Bo Widerberg), historia de un niño de seis años convertido en ídolo de Suecia mientras su vida familiar y estudiantil se resquebrajan, y Ultrá (1990, Ricky Tognazzi), que enfocó con inusual valentía el tema de las barras bravas en el marco de una final entre Roma y Juventus. Y la denuncia adquirió ribetes existenciales en La angustia del golero ante el penal (1972, Wim Wenders), donde un arquero es expulsado de una final, termina asesinando sin motivo a una chica y cae en la inacción, en espera que la policía venga a capturarlo.

     La rebeldía alimentó Match en el infierno (1961, Zoltán Fabri), el mejor film sobre fútbol de la historia del cine. La anécdota ocurre en un campo de concentración nazi: allí, en homenaje al cumpleaños de Hitler, se organiza un partido entre una selección alemana y un equipo húngaro armado para la ocasión. El encuentro se convierte en una lucha a muerte entre opresores y oprimidos, y un acto de dignidad y solidaridad entre magiares y judíos. Sin apelar a un fácil patriotismo, la película era una condena a la guerra, con dosis de humanismo salpicadas por instancias de sensible emoción. Escape a la victoria (1980, John Huston) contó una historia similar, pero allí la reflexión dio paso a una aventura menor con toques de comedia, mientras Michael Caine y Sylvester Stallone le pasaban el balón a Pelé, Bobby Moore, Ardiles y Deyna. Ahora se levantó el telón de un nuevo Mundial, y en Brasil acaban de estrenar el film de Álex de la Iglesia sobre Messi. Las cámaras vuelven a registrar las hazañas de los artistas del balón…

*Amílcar Nochetti es crítico de cine de Montevideo – Uruguay. Colaborador de Metrópolis.

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