EL CASO SHAKESPEARE O LA CIENCIA FICCIÓN ISABELINA.

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CIENCIA FICCIÓN ISABELINA (foto 1, CARTEL DE ANÓNIMO)

Por Amílcar Nochetti – Miembro de la Asociación de Críticos de Cine de Uruguay (filial Fipresci)

 

     Si Roland Emmerich hubiera rodado Anónimo medio siglo atrás, dos tercios de la intelectualidad rioplatense se habrían peleado ferozmente con el tercio restante a causa de las posturas revisionistas que la película destaca con muy poca seriedad. En este siglo 21 en que nada parece sorprender a nadie resulta sensato, sin embargo, no tomarse en serio la rabiosa defensa o el ataque furibundo de asuntos históricos que están muy lejos de ser probados con exactitud. El problema es que el terreno resbaladizo por el cual navegan las teorías que niegan la autoría de Shakespeare sobre sus obras, se ve complementado en Anónimo por una serie de errores gruesos, esos que Hollywood perpetra a menudo en sus productos “históricos”. Es entonces cuando debemos preocuparnos no por defender o atacar teorías, sino por aclarar cosas al espectador, sobre todo porque puede haber estudiantes en la platea. Más importante que analizar el film parece entonces aclarar datos acerca de Shakespeare y las teorías que pretenden negarlo como autor de un corpus literario sin parangón en la literatura occidental.

CERTEZAS. Es una cruel paradoja que un eminente actor shakesperiano como Derek Jacobi sea quien al principio de Anónimo niegue la figura del autor, y lo haga mediante una clara falacia. En su monólogo inicial Jacobi declara que es imposible suponer que no exista casi ningún documento sobre un autor tan importante y famoso de fines del siglo 16 e inicios del 17. Para Jacobi y la Sociedad Oxfordiana a la que pertenece, la falta de documentos prueba que el exitoso actor Shakespeare no pudo haber escrito las 38 obras teatrales, los dos poemas líricos y los 154 sonetos que se le atribuyen. La falacia aludida arriba consiste en que en verdad hay expedientes sobre el isabelino, mientras que los oxfordianos no aportan documentación alternativa alguna en apoyo de su caprichosa teoría. La documentación sobre Shakespeare es escasa, es verdad, pero aún así permite reconocer 14 certezas acerca de su vida.

1) El acta de bautismo data del 26 de abril de 1564, en Stratford-upon-Avon, tercero de ocho hijos de John Shakespeare, comerciante con destacada posición en el municipio, y Mary Arden, de familia de alcurnia. Vivían en la calle Henley de Stratford.

2) El padre estaba en el pináculo de su prosperidad, pero después cayó en desgracia al ser acusado de contrabando de lana y perdió su puesto en el gobierno del municipio.

3) A los 18 años, el 28 de noviembre de 1582, William se casó con Anne Hathaway, de 26 años, quien estaba embarazada de tres meses. En efecto, el 26 de mayo de 1583 nace Susannah, la primogénita, en Stratford.

4) El 3 de febrero de 1585 nacieron mellizos: Hamnet y Judith.

Luego vienen “los años perdidos” del escritor. Son siete, en los cuales no hay evidencia alguna que permita saber dónde estuvo ni por qué abandonó a su familia en Stratford para establecerse en la metrópoli.

5) Ya en 1592 Shakespeare se hallaba en Londres trabajando como actor y dramaturgo, y era lo suficientemente conocido como para merecer el juicio adverso de Robert Greene (1558-1592), dramaturgo, poeta y ensayista de carácter jovial, quizás modelo para Falstaff en las dos partes de Enrique IV y Las alegres comadres de Windsor.

6) El 11 de agosto de 1596 muere a los 11 años Hamnet, el hijo varón de William.

7) En 1598 el escritor trasladó su residencia a la parroquia de St. Helen, en Bishopsgate, lo cual indica una notable mejoría en su posición económica. Ese mismo año su nombre encabeza la lista de actores de Cada cual según su humor de Ben Jonson (1572-1637).

8) Desde 1599 fue copropietario de la compañía teatral Lord Chamberlain’s Men (Hombres del Lord Chambelán). El elenco alcanzó tal popularidad que, tras la muerte de Isabel I, Jacobo I lo tomó bajo su protección bajo la denominación de King’s Men (Hombres del Rey).

9) En 1604 fue testigo de casamiento de la hija de su inquilino, que vivía en una casa al noroeste de Londres. El dato surge de la documentación del pedido de divorcio de esa pareja, efectuado en 1612.

10) Varios documentos legales y comerciales indican que en su etapa londinense el escritor se enriqueció tanto como para comprar una propiedad en Blackfriars y poseer además la segunda casa más grande de Stratford.

11) En 1611 se retiró a su ciudad natal, y a partir de entonces poseemos buen número de documentos que nos permiten saber que se vio metido en diversos pleitos. El más importante fue uno respecto al cercado de las tierras comunales, pero también destacan varios procedimientos legales para asegurar el futuro de sus dos hijas y privar a su mujer Anne (en caso que lo sobreviviera) del derecho de percibir la dote de viuda sobre diversas propiedades. Shakespeare nunca se divorció, pero su matrimonio no era feliz.

12) En 1613 se incendió el Teatro del Globo, perdiéndose los manuscritos del escritor.

13) Shakespeare falleció el 23 de abril de 1616 en Stratford, se supone que a raíz de una fuerte fiebre debida a la embriaguez. Investigaciones recientes afirman que es muy probable que padeciera cáncer. Sus restos están sepultados en el presbiterio de la Holy Trinity Church de Stratford, no por su prestigio como poeta sino por la compra de un diezmo de la iglesia de 440 libras, una fuerte suma para la época.

14) Las obras de Shakespeare comenzaron a exhibirse en 1591, sus estrenos han sido perfectamente documentados a partir de Tito Andrónico (1593) hasta Enrique VIII (1613), excepto La fierecilla domada y Noche de reyes, de las que no hay data segura, aunque cabe reconocerlas como comedias de la primera etapa (1591-1595).

CONJETURA Y DEBATE. El punto neurálgico de la “cuestión Shakespeare” es saber cómo fue su educación. Probablemente cursó sus estudios en la escuela primaria local, la Stratford Grammar School, lo que debió haberle aportado un cierto nivel en gramática y literatura latinas. Pero la asistencia de William a esa escuela es una conjetura basada en que tenía derecho legal a asistir gratuitamente a ese centro de estudios por ser hijo de un alto cargo del gobierno local. Sin embargo no hay documentos al respecto, debido a que los archivos parroquiales se perdieron en un incendio. Y aquí conviene hacer una reflexión que los oxfordianos no se plantean ni siquiera mínimamente: la frecuencia de incendios que asolaban las ciudades puede explicar la ausencia de documentos, sin necesidad de negar calidad intelectual a los miembros de una determinada extracción social. Hay un indignante tufillo de rancia aristocracia british cuando se afirma que una instrucción escolar escasa impide una determinada estatura intelectual en la madurez.

     Es verdad que Shakespeare no accedió a una formación universitaria como su amigo Ben Jonson, pero esa escasa instrucción pudo haber sido una ventaja, ya que su cultura no se moldeó sobre los cánones comunes de la época sino que fue la de un autodidacta, que existen, mal que le pese a los oxfordianos. Como amigo de un librero famoso de Londres (otro hecho documentado), William tuvo acceso a fuentes literarias sumamente raras para la época. Sus escritos lo revelan como lector voraz del historiador Raphael Holinshed (Crónicas de Inglaterra, Escocia e Irlanda), de Plutarco (Vidas paralelas), de los Ensayos de Montaigne, El Decamerón de Boccaccio y las Novelas cortas de Matteo Bandello. Por supuesto que sus estudios no alcanzaron las exigencias de su tiempo, pero su genio pudo estribar en la capacidad de hacer cosas radicalmente nuevas con materiales viejos a los que suministró vida propia. Shakespeare no inventó nada, no fue original, tomó prestado todo de todos lados, pero otorgó a ese corpus el detalle literario que le faltaba para lograr inyectarle un estatus de eminencia.

     Alrededor de 1730 comenzaron a surgir dudas en el ámbito literario británico acerca de la autoría de Shakespeare. Con la muletilla de su presunta falta de educación, desde el primer momento el debate de la autoría giró en torno a dos preguntas: 1) ¿Era en efecto Shakespeare inhábil para escribir las obras que se le atribuyen?; y 2) si lo fue, ¿quién entonces es el autor real escondido tras su nombre? Las dudas acerca de la primera pregunta surgieron debido a la calidad y complejidad de las obras, que suponen de su autor una formación clásica, una amplia cultura y un elevado dominio del idioma, incluyendo el conocimiento de griego y latín. Se dice también que en la Inglaterra isabelina a un hijo del pueblo sin formación universitaria le habría sido imposible manejar un vocabulario de 29.000 palabras, que son las que contiene su obra completa. Y que por fuerza debería haber viajado frecuentemente, para de esa forma poder recrear tan diversas situaciones y tramas. O sea, un panorama muy racional y estructurado, en el cual parece negarse una de las cualidades intrínsecas al ser humano: la imaginación. Si el razonamiento de los cuestionadores de Shakespeare resultase válido, tres son los más firmes candidatos a suplantarlo en el canon literario.

OCULTISTA BACON. Sir Francis Bacon (1561-1626), padre del empirismo, fue el más popular candidato en los siglos 18-19 debido a su sólida formación intelectual y a una especulación ocultista emparentada con los Rosacruces y la Francmasonería. En efecto, Bacon utilizaba como código la doble A surgida del nombre AthenA. La diosa griega era conocida en la Antigüedad como “sacudidora de lanzas”, que en inglés sería “spearshaker”, y spear-shakes se llamaban a sí mismos los hermanos rosacruces, de los que Bacon era líder. Por ello los defensores de esta teoría afirman que el ilustre intelectual era representante de los spear-shakes bajo el nombre de Shake-speare, y que las 37 obras y los poemas líricos ocultan en clave un sinnúmero de información secreta. Alegan eso basados en que las dos mayúsculas de AthenA se imprimían diferente: una clara y la otra oscura, lo que indicaba que aunque había muchas cosas fáciles de entender en esos libros, quedaban otras en la sombra, sólo descifrables mediante una búsqueda para iniciados. Y para colmo, señalan además que el total de letras de los nombres de los dos autores (William Shakespeare Sir Francis Bacon) suma 33, el número críptico masónico por antonomasia.

 CIENCIA FICCIÓN ISABELINA (foto 5 EDWARD DE VERE, CONDE DE OXFORD)

NOVELESCO MARLOWE. La “cuestión Marlowe” tiene asidero desde el punto de vista literario, aunque resulta demasiado fantasiosa para parecer real. A partir de 1819 comenzó a especularse con la posibilidad que Christopher Marlowe (1564-1593) haya sido quien escribió el corpus shakespeariano, y en el siglo 20 esta teoría fue defendida a rajatabla por el escritor y empresario teatral Calvin Hoffman. Desde sus tiempos de estudiante Marlowe estuvo al servicio de Isabel I. Viajó a Reims, por entonces nido de intrigas católicas contra la Corona británica y protestante. Se sabe que Marlowe fue espía, que viajó muy a menudo y que mantuvo una relación constante con Thomas Walsingham, primo del secretario de estado y responsable del servicio de espionaje isabelino. Semanas antes de la muerte de Marlowe fue detenido su amigo, el dramaturgo Thomas Kyd (1568-1594), acusado de traición. Bajo tortura Kyd delata a Marlowe, le achaca la autoría de libelos, y lo acusa de contraespionaje, ateísmo y homosexualismo. Marlowe huye de Londres y se cobija en la finca de Walsingham. Sin embargo, el 30 de mayo de 1593 se reúne en una taberna en Deptford con tres personajes relacionados con actividades delictivas. Después de ocho horas se produce una supuesta discusión por la cuenta, y a resultas de ella Marlowe muere cuando la daga que él mismo empuñaba fue desviada por su rival, y le atravesó el ojo llegándole al cerebro. Marlowe fue enterrado a las apuradas, allí mismo, en Deptford, y un mes más tarde el homicida, que alegó defensa propia, recibió el perdón de Isabel I. Hasta aquí la Historia.

     Los defensores de la teoría Marlowe alegan que, como protegido de Walsingham y en su calidad de espía, el dramaturgo poseía información como para comprometer a altos cargos de la nación, lo cual hacía desaconsejable interrogarlo bajo tortura. Tampoco convenía asesinarlo ya que supuestamente Marlowe tendría su documentación ante un albacea testamentario, que la daría a conocer en caso de fallecimiento violento o prematuro. Se habría acordado entonces una tercera opción: la de desaparecerlo. Para Hoffman y sus seguidores todo fue un montaje y Marlowe no murió. Deptford era una localidad bajo jurisdicción de la Corona, un puerto con gran concurrencia de barcos, lugar del que era fácil huir al extranjero. Se habría suplantado el cuerpo y enviado al escritor a Italia, vía Francia. Una vez allí habría continuado en contacto con Walsingham, a quien le iría enviando su producción literaria. Walsingham, a su vez, habría buscado un testaferro, y ése sería un actor de Stratford llamado Shakespeare, que no rechazó el acuerdo a cambio de ganar dinero fácil. Pese a lo novelesco de esta trama, hay puntos literarios tentadores a su favor:

1) Marlowe “muere” en 1593, y las primeras obras atribuidas a Shakespeare, de 1591-1592, son las únicas cuya datación aún está en tela de juicio.

2) En 1593 ambos personajes contaban 29 años de edad; sin embargo, Marlowe ya poseía una producción literaria breve pero de gran calidad (Tamerlán, Doctor Faustus, El judío de Malta, Eduardo II, La masacre en París), en tanto Shakespeare, que luego produciría dos y hasta tres obras anuales, recién habría comenzado su carrera de autor con títulos muy menores (La comedia de las equivocaciones, Los dos hidalgos de Verona, las tres partes de Enrique VI, Tito Andrónico).

3) Hay gran similitud entre la producción literaria de ambos autores, con preferencia por los dramas y tragedias salpicados por comedias y poemas de inspiración clásica.

4) Como se dijo, Shakespeare no poseía formación clásica. Sin embargo, su primer poema publicado (Venus y Adonis) estaría inspirado en Ovidio, autor traducido por Marlowe, que era universitario y ya había hecho un poema similar (Hero y Leandro).

5) Los dramas de ambos autores guardan similitudes de forma y contenido. Marlowe fue el primero en utilizar el verso blanco, que utiliza una métrica regular (el pentámetro yámbico) y carece de rima. Como se sabe, más tarde Shakespeare sería el campeón de ese estilo. Por otro lado, ambos escritores se inspiraron en las mismas fuentes para sus obras, en especial las Crónicas de Inglaterra, Escocia e Irlanda de Holinshed.

6) Hay similitudes casi literales entre Doctor Faustus y Troilo y Cressida, entre El judío de Malta y El mercader de Venecia (Shylock es claramente una consecuencia directa de Barrabás), y entre Tamerlán y las dos partes de Enrique IV.

7) En el poema Venus y Adonis hay una referencia clara a la cojera del autor del texto. Es imposible que un actor de primera fila como era Shakespeare rengueara. En cambio Marlowe tenía una cojera permanente como consecuencia de una pelea de taberna.

CIENCIA FICCIÓN ISABELINA (foto 6, VANESSA REDGRAVE Y RHYS IFANS EN ANÓNIMO)

ARISTOCRÁTICO OXFORD. La Teoría Oxford fue abordada en 1920 por John Looney y defendida a rajatabla por Sigmund Freud, archienemigo de Shakespeare. Al maestro del psicoanálisis le molestaba que alguien hubiera descubierto la conciencia 300 años antes que él (los famosos monólogos de los personajes consigo mismo), pero le exasperaba mucho más que ese descubridor fuera plebeyo. Por lo tanto adoptó como suyas las ideas de Looney, recordando que en la época isabelina la mayor preocupación de los escritores era la división de bienes por sus publicaciones. Según los historiadores había autores que evitaban pagar dividendos a sus colegas y se dedicaban a lanzar sus obras al mercado bajo el nombre de un único testaferro. Por esa vía, el 17º Conde de Oxford, Edward De Vere (1550-1604), ha sido candidateado como probable autor de la obra de Shakespeare. Se sabe que Oxford era poeta lírico e incluso dramaturgo, que tenía una enorme fortuna y debido a ello no le interesaba el dinero ni tampoco el reconocimiento público. Y son históricos también los datos que era un hombre de vasta cultura, que viajó por lo menos cuatro veces a Italia y Francia, y que terminó sus días en una relativa pobreza, por haber cedido toneladas de dinero a la compañía Lord Chamberlain’s Men, que como dijimos era propiedad de Shakespeare desde 1599. Oxford también temía que si su nombre como dramaturgo se hacía público, Isabel I le cancelaría la renta anual de mil libras que recibía para su mantenimiento. Esa misteriosa renta personal de la reina ha dado pábulo a un sinnúmero de especulaciones: que Oxford era hijo de Isabel, o amantes, y que de esa unión nació un niño que les fue arrebatado, que ambos fueron utilizados por el maquiavélico consejero de estado William Cecil, etc.

¿Y LA PELÍCULA? De ese costado no histórico, especulativo y digno de un teleteatro se alimenta Anónimo en su defensa de Oxford y sus ataques a Shakespeare. Anónimo no es, como se quiere decir, un equivalente de Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas. Es verdad que allí Luis XIII, Ana de Austria, Buckingham y Richelieu eran personajes reales al servicio de una trama que involucraba a los ficticios mosqueteros y los aretes de la reina, pero el trasfondo del anecdotario no traicionaba la realidad histórica ni adulteraba fechas específicas. Anónimo no es digna de Dumas y sí de Roland Emmerich, que derribó poderosos alienígenas mediante una piña bien dada por Will Smith (Día de la independencia), mezcló la prehistoria con una civilización parecida a la egipcia (10.000 A.C.) y logró el milagroso portento de que una tsunami de 2.000 metros llegara a la cumbre del Everest, que como se sabe, tiene 8.882 metros de altura (2012). Pero los errores de Emmerich (que quizás no sepa nada de Shakespeare) no son los de sus secuaces, el libretista John Orloff y el actor Derek Jacobi. Ellos saben de lo que hablan y con deliberada mala fe escamotean al espectador todas las fechas de los acontecimientos, para con ello alterar la entera datación de lo que narran, estrenos de obras de Shakespeare incluidos. Además inventan a un Ben Jonson en permanente contacto con Oxford y enemigo de Shakespeare, lo cual es un doble disparate. Con todo ese lastre a cuestas, Anónimo es un film de ciencia ficción… isabelina, para el caso.

     Por supuesto que con buena voluntad uno puede sentarse en el cine y convencerse que lo que está viendo es un folletín con todas las de la ley: escenas espectaculares (el incendio del Globo, sensacionales paneos digitalizados del Londres isabelino), amores ilícitos e incestuosos, parentescos inesperados, conspiraciones palaciegas, dramas con dobles lecturas debido a objetivos políticos específicos, y entre tanta mentira una sola verdad: los Cecil –padre e hijo- fueron tan siniestros y poderosos como los muestra el film. Como contrapartida de ese único acierto histórico se sitúa a Shakespeare personaje, tratado de manera innoble y gratuitamente insultante. Hay que destacar también un elenco espléndido, con un excelente Rhys Ifans como Oxford, un adecuado David Thewlis como William Cecil y una momificada Vanessa Redgrave como Isabel. Pero todo eso sólo llena el ojo y de paso alimenta las especulaciones de los oxfordianos, que niegan a Shakespeare por la presunta falta de papeleo, pero no incorporan una sola prueba documentada para convencer al espectador que el conde haya realizado la entera obra shakespeariana antes de morir en 1604. En última instancia olvidan que lo que importa realmente es la inigualable calidad del texto y no la identidad última del autor, haya sido un aristócrata culto, un dramaturgo espía, el padre del empirismo o el Cisne de Avon que también actuaba en teatro. Pero está claro que el estudiante que intente salvar Literatura o Historia con Anónimo perderá el examen.

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