Homeland (Irak Año Cero)

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Cine Año Cero

Homeland (Irak Año Cero): de Abbas Fahdel (Irak/2015), 334 min.

Por Rodrigo Oviedo

Cinco horas y media. La idea de meterse en un cine por cinco horas y media dispara ansiedades, desconfianza, imaginaciones acerca de cómo encontraremos el mundo que dejamos luego de cinco horas y media de ausencia. ¿Seguirá siendo el mismo? ¿Lo seguiré siendo yo?

Abbas Fahdel hace lo que un cineasta, pero él es más un soldado. Su arma es la cámara, con la que va a enfrentar el relato de una potencia mundial como lo es Estados Unidos. Quizás sabe antes que nadie que Irak ya está condenada a ser el malo de cientos de películas que Hollywood ya está produciendo. Sin contar que, de un tiempo a esa parte, se ven, en enfermizo loop, cómo se estrellan dos aviones en las Torres Gemelas.

El relato irakí parte con el plano de un gato negro que va abriendo hasta que notamos que estamos dentro de una casa, una sala de estar, una cocina, habitaciones. Estamos en el seno de una familia de clase media irakí. Luego se nos presenta a las personas que allí viven. Sobrinos, hermanos, tíos. El sobrino mira videos de Shakira en la computadora. A las mujeres no se las percibe como sumisas a un mandato patriarcal, de hecho todo lo contrario, se expresan con libertad y poseen instrucción universitaria de primer nivel. El sobrino gusta de las historias de Tarzán. El clima en la casa es ameno y el sentido del humor atraviesa las relaciones entre todos los miembros, incluso sabiendo que la guerra se les viene encima. Abriendo el portón o subiendo a la terraza entramos en contacto con los vecinos, los niños, conocemos sus caras y su carácter. Es extraño: pasa la primera mitad de la película y no se ve a nadie que porte armas ni ametralladoras. Primera conclusión: los irakíes son humanos y, hasta donde vemos con la cámara de Fahdel -que es lo mismo que decir que vemos un montón- mejor gente que uno.

Luego, la guerra. En la segunda parte ya aparecen en escena los autoproclamados salvadores de Irak, según ellos devastada por el régimen de Hussein. Lo dicen también algunos irakíes, claro; otros, lo idolatran y hasta lo llaman “padre”. Los marines en lugares, presencia surreal y hasta rayana con la ciencia ficción, se abren paso entre los ciudadanos como si se trataran de estrellas de cine que se sacan fotos con sus fans. Un paseo por Bagdad nos deja ver los primeros estragos, como el que acontece en los estudios de cine, saqueados y quemados casi por completo por detractores del régimen, en donde un viejo actor nos lleva de la mano y nos contagia el lamento por toda la cultura perdida. Un momento cinematográfico sin serlo.

Fahdel sigue recorriendo y uno quisiera que no se mueva más, porque ya vio lo suficiente, o porque simplemente no puede aguantarlo. La película termina en lo peor. Volvemos de un golpe al núcleo de esa familia. Algunas letras pasan por la pantalla, agradecimientos o lo que fueran, uno ya no registra.

Segunda y última conclusión: la película dura las cinco horas y media que dura porque el espectador jamás estará en Irak, no conocerá a su gente, ni caminará su realidad. Fahdel nos tendió una trampa, una muy honesta. Entonces salir del cine, ver todo en su lugar, sentir los caños de escape como la amenaza máxima de una sociedad que ignora tanto. Entonces, ¿cómo está el mundo que dejamos hace cinco horas y media? Tanta irrealidad es insoportable.

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