Sobre el ciclo La mirada es femenina

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Por Virginia Varisco

Cuando Gastón Molayoli, Director del Centro Cultural Leonardo Favio, me invitó a formar parte de la mesa sobre Mujer y Cine, sentí que no podía negarme pero al mismo tiempo, me preguntaba qué tenía realmente para decir.

Hace un tiempo escuché a Roger Koza preguntar en una charla ¿qué ponemos en juego cuando vemos una película? Ese interrogante tiene muchísimas variables para pensar, al igual que la pregunta que nos convoca: ¿cuál es la mirada femenina en el cine? ¿Cómo se trasmite la sensibilidad de género? ¿En los temas, en los personajes, en cierta perspectiva? ¿Tiene que ver con quién empuña la cámara?

Durante un tiempo, alrededor del 2006, impulsada por el Área de la Mujer de la Municipalidad de Río Cuarto, organizamos un ciclo de cine en la cárcel de mujeres. También participamos de la organización, durante varios años, junto con la Coordinadora de Mujeres y  el  área municipal antes mencionada, de un ciclo que se realizaba en el mes de marzo (por obvias razones) y se llamaba Para mirarnos mejor. En ambas actividades lo que queríamos era motivar, incentivar a la reflexión, mostrar situaciones sociales que pusieran en relieve el lugar, el rol y las representaciones sociales que ocupamos las mujeres en diferentes épocas y en verdad, lo que buscábamos en la elección de las películas era la forma en que fuera abordado el tema y la manera en que nos invitara a repensarnos y debatir. Una mirada, si se quiere, más social que femenina o feminista, ya que no importaba en la elección si el director era hombre o mujer porque entendemos que todos pueden abordar los temas que nos atraviesan a los seres humanos con  distintas características y por supuesto, diferentes resultados. Creo que lo que nos convoca hoy, aquí, tiene que ver con otra forma de abordar el cine. Tiene que ver, creo, y lo pienso a partir de las tres películas que incluyen esta “mirada”, la idea de que existe la construcción de una experiencia femenina. Donde resaltan tiempos, percepciones, hechos, vínculos, miradas, silencios que implican pensar una sensibilidad propia de la mujer.

Actualmente hay muchas mujeres estudiando, produciendo y haciendo cine, pero como en todos los ámbitos eso no siempre fue así. En nuestro país, durante mucho tiempo la única mujer directora reconocida en un mundo de hombres fue María Luisa Bemberg que, como dice Lita Stantic en una entrevista que leí en estos días “el hecho de largarse a dirigir cine en la época en que lo hizo (los 70 y los 80), ya era una acción feminista porque hasta no hace tanto tiempo, el cine como otros trabajos fue considerado un quehacer del hombre y en los equipos, si había una mujer era vestuarista o maquilladora”. Por la época en que Bemberg hacía cine, también filmaban Agnès Varda o Chantal Akerman y como eran de las primeras mujeres con una cámara en mano, se creó alrededor de ellas una “teoría feminista de la imagen”, que no vamos a abordar ahora.

Volviendo a María Luisa, la época en que ella filmó y sus películas (Señora de NadieMiss Mary – Camila – Yo, la peor de todas) consideramos que no podrían haber sido hechas por hombres ya que su cine es claramente militante y feminista. Una mujer poniéndose al hombro historias de mujeres que los hombres no podrían contar. Sin embargo 30 años después esto ha cambiado. Vi hace poco Una serena pasión que narra la vida de la poeta norteamericana del siglo XIX Emilie Dickinson y me hizo acordar a Yo, la peor de todas que cuenta la historia de Sor Juana. Mujeres que eligen encerrarse en un convento o en la casa familiar, que eligen el encierro y el silencio para tener libertad y poder decir. El encierro para hablar ya que de otro modo la época no se los permitía. A Una serena pasión la dirigió un hombre, Terence Davies, con una delicadeza y una sensibilidad que podría ser femenina. Entonces ¿de qué hablamos cuándo hablamos de mujer y cine? ¿de una mirada de mujer? Tiene tantas aristas y formas de abordarlo que no podríamos agotarlo en un encuentro.

Mientras estoy pensando esto, facebook me notifica del ciclo La Mirada es femenina: mujeres que cuentan mujeres y, de ese modo, me ayuda a afinar las ideas y me acerca a lo que intento decir.

Después de Julio, la película de las jóvenes Ariela Peretti  y Sofía Merle es una historia que habla de dos mujeres de distintas generaciones y clases sociales que se encuentran o se buscan a causa de una herencia, por un lado y de un legado por otro. Herencia y legado las atraviesan a ambas de diferentes maneras, impidiéndoles generar un vínculo entre ellas porque rompen o quiebran deseos primarios: ser madre para una, tener un padre para otra. Los espectadores empatizamos con Elena y Paloma, nos identificamos como mujeres con esas mujeres y las comprendemos y acompañamos, nunca las juzgamos porque entendemos que todas tenemos una parte de ellas. ¿Será por eso que la mirada es femenina? ¿Cómo ven a Elena y Paloma los espectadores no-mujeres ya que todo espectador tiene una forma de hacer experiencia frente a la imagen y el sonido?

Desmadre, fragmentos de una relación de Sabrina Farji, es un autorretrato familiar. Una historia de hijas y madres, abuelas y hermanas. El universo femenino que ellas construyen, la relación entre Sabrina, su madre y sus hijas, se vuelve universal, es de todas. Quienes somos madres y tenemos hijas y madres, sabemos de qué habla, sabemos de las interpelaciones que se cruzan entre ellas, de las miradas bondadosas y amorosas como así también de las miradas inquisitivas y no compasivas. Confirman esto todas las mujeres que le hablan a Sabrina directora delante de un fondo negro y a nosotras, las espectadoras, que reconoceremos en cada relato de vida un rasgo que se asocia con nuestra propia vida, con nuestros propios vínculos. Esta manera de documentar la complejidad y fragilidad de las relaciones familiares, exclusivamente de las mujeres de la familia ¿construye la mirada femenina? ¿Cuáles son los desafíos que tiene un espectador varón cuando mira Desmadre? ¿Percibe la sensibilidad femenina que rápidamente rescatamos quienes habitamos los mismos vínculos que Sabrina muestra?

Por último, Gilda, no me arrepiento de este amor de Lorena Muñoz, es una biografía de una cantante popular que tras su sueño de cantar y lograr formar parte del mundo de la cumbia y la bailanta rompe con mandatos femeninos y de clases. El retrato que de ella hace Lorena Muñoz es, para mí, el de una mujer que mira a otra mujer y la sigue en la búsqueda de su realización con respeto y admiración. ¿Cómo la hubiera filmado un hombre?

Con lo dicho antes, lo que quiero resaltar es la fuerza personal y el punto de vista propio que transmiten estos discursos hechos por mujeres, discursos cinematográficos que construyen una mirada diferente porque tenemos como género una historia y una experiencia cotidiana diferente y eso hace que se transmita un punto de vista personal y único, de mujeres que cuentan mujeres pero cuando cuentan a una, nos cuentan siempre y de algún modo a todas.

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