FERNANDO SOLANAS (1936-2020), PERSONALIDAD CONTROVERTIDA.

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El 2020 y su coronavirus no perdonan. El 6 de noviembre murió en París el controvertido cineasta y político Fernando Solanas, un discutidor talentoso ganador en Cannes por Sur. Solanas fallece en el ejercicio de sus funciones como embajador de Argentina ante Unesco. El director había comunicado el 16 de octubre desde su cuenta de Twitter que él y su esposa Ángela Correa habían dado positivo al covid-19, y que habían sido hospitalizados. El 21 de ese mismo mes reveló que se hallaba en terapia intensiva, y que le habían comunicado que su estado era delicado.    

 Por Amilcar Nochetti. Miembro de la Asociación de Críticos de Cine de Uruguay (filial Fipresci)

INICIOS. Solanas nació el 16 de febrero de 1936 en Olivos. Estudió derecho, música y teatro. Su debut como cineasta fue en 1962, con los cortos Seguir andando y Reflexión ciudadana. Durante el régimen militar de Juan Carlos Onganía rodó de forma clandestina junto a Octavio Getino el documental La hora de los hornos (1968), mientras fundaban el grupo Cine Liberación, desde la militancia de la izquierda peronista. El grupo lo formaban un conjunto de cineastas militantes que se plantearon dos objetivos: establecer un circuito paralelo de exhibición a través de las organizaciones sindicales, barriales y juveniles del peronismo, y utilizar el cine como un arma informativa y ampliamente denunciatoria. La hora de los hornos es una ambiciosa y hoy mítica trilogía de 264 minutos de duración (“Neocolonialismo y violencia”, “Acto para la liberación” y “Violencia y liberación”) que utilizó todas las técnicas del cine publicitario: reportajes, testimonios, montaje explosivo, carteles intercalados, fragmentos de películas ajenas e irónicos comentarios en off. Con ese bagaje, Solanas y Getino terminaron redondeando una propuesta política que tenía también su sesgo poético pero que, por encima de cualquier otra cosa, era una denuncia que buscaba y halló el lenguaje más adecuado a su tema. En lo personal discrepo ampliamente con el film, que con entusiasmo abogaba por la lucha armada y que, como siempre sucede con los vecinos argentinos, no distinguía populismo e izquierda, confundiendo los postulados de Perón con los del Che Guevara. Pero aún así es imposible desconocer el poderío expresivo de un film que, de manera contundente y polémica, invita todavía a una profunda reflexión retrospectiva.

En 1975 Solanas realizó su primer largometraje de ficción, Los hijos de Fierro, que bebía en José Hernández e intentaba trazar una parábola sobre Argentina en los años 60-70. El resultado fue irregular, con ramalazos de talento en medio de mucha grandilocuencia, proveniente de la retórica voz en off de Aldo Barbero, y una deslucida mezcla de estilos. Pero a esas alturas Solanas fue amenazado por el grupo ultraderechista Triple A, e iniciada la dictadura en 1976, luego que un comando militar intentara secuestrarlo, se exilió en España y luego en Francia. Allí filmó en 1980 un documental muy elogiado sobre los minusválidos, La mirada de los otros. Con el retorno de la democracia Solanas rodó su indiscutible obra maestra, El exilio de Gardel (1985), en coproducción con Francia, una película de la que más adelante hablaremos con mayor detenimiento. Con una estética similar, en 1988 filmó Sur, su última ficción valiosa, ya que El viaje (1992) y La nube (1998) dieron vergüenza ajena, como lo atestigua una curiosa anécdota sucedida en un festival de Cinemateca. Se proyectaba La nube, anunciada con 116 minutos de duración. Al final advertimos que había durado 102 minutos, y descubrimos que sin querer el proyeccionista había salteado un rollo, sin que nadie en la sala (ni el público ni los críticos) hubiera advertido que faltaba un fragmento: tal era el penoso nivel artístico de ese film. El propio Solanas me confesó en Piriápolis en 2016 que en ese momento advirtió que su talento ya no funcionaba en ficción, y por eso pasó a dedicarse de lleno al campo documental, siempre desde una óptica política.

Pero antes de proseguir en ese terreno conviene que nos detengamos un poco en Sur, donde el amor y la muerte son los contenidos principales, en un vaivén que resume la dura experiencia de la dictadura y los motores más positivos de la experiencia resistente y la esperanza. Muchos elementos de Sur, desde los desbordes de la represión militar hasta las instancias más eróticas, resaltan aquel contraste, que se concentra en la segunda mitad, cuando el protagonista Miguel Ángel Solá debe resolver definitivamente entre el odio o la comprensión, y que aflora imprevistamente -con toques de insólito humor- en la “Milonga del tartamudo” de Alfredo Zitarrosa, o cuando dos ancianos (Ulises Dumont, Niní Gambier) interrumpen su inútil batalla contra las fuerzas represivas para acceder a un último gesto de amor. La propia idea del muerto que resucita (Lito Cruz) para contar la historia de Solá, y que de hecho lo acompaña como guía reflexivo durante parte de la travesía nocturna (como Virgilio a Dante en La Divina Comedia), condensa las actitudes sobre las que Solanas basó su film: salir de la cárcel, es decir, salir de la muerte y valorar los gestos de resistencia como apoyos para el difícil porvenir.

DOCUMENTAL Y POLÍTICA. En el área política, a comienzos de los años 90 Solanas había sido una de las figuras más críticas contra el presidente Carlos Menem, y terminó denunciando haber sido víctima de un atentado con varios disparos de arma de fuego dirigidos a sus piernas, por parte de sectores ligados a la seguridad del Estado menemista. Su paso por la política le llevó a ser diputado y senador en varias oportunidades. En 2007 fue candidato a la Presidencia, quedando en quinto lugar. En 2019 obtuvo un escaño como diputado, al cual renunció cuando el presidente Alberto Fernández le ofreció el puesto de embajador argentino ante Unesco. Esa línea política se vio reflejada en las preferencias que su cine documental reveló en el siglo 21. En ese campo logró una serie de películas que pueden generar discusiones, pero que siempre resultan interesantes. Un breve repaso a ellas da cuenta de los intereses programáticos e ideológicos del director.

Memoria del saqueo (2004), a la que conviene citar con las propias palabras de Solanas: “A partir de la instauración de la dictadura militar, el pueblo argentino tuvo que afrontar una de las peores crisis económicas y sociales vividas en un periodo de paz por un país potencialmente próspero. La exorbitante deuda nacional, el inhumano ultra liberalismo, la desenfrenada corrupción política y financiera, y el expolio regular de los bienes públicos fueron las principales consecuencias. Y todo ello fue posible gracias al apoyo de las multinacionales occidentales y la complicidad de los organismos internacionales. La política de “tierra quemada”, puesta en práctica por Menem, ha conducido al país a un abismo de hambre, miseria y enfermedad que casi equivale a un genocidio social”.

La dignidad de los nadies (2005) también fue claramente definida por el autor: “En Argentina, durante los años 90 se implantó la idea que no se podía cambiar la realidad, que había que resignarse a la única vía posible: el neoliberalismo. Mi documental recoge historias y testimonios conmovedores de la resistencia social de los argentinos frente al desempleo y el hambre derivados del modelo globalizador. Son relatos de solidaridad, pequeñas epopeyas contadas por sus protagonistas, héroes anónimos con propuestas colectivas que vencieron el desamparo y abrieron una puerta a la esperanza”.

Argentina latente (2007), ensayo sobre los grandes recursos con que cuenta Argentina para afrontar su reconstrucción. Testimonios de técnicos, trabajadores y científicos que reflexionan sobre lo que hubiera podido hacerse, y la terrible y dolorosa contradicción que supone que un país potencialmente rico y con un avanzado desarrollo científico, no haya podido evitar la miseria en la que vive parte de la población, ni la fuga de cerebros.

La próxima estación (2008), sobre el ferrocarril en Argentina. A comienzos de los años 90, las empresas del Estado se privatizaron con la promesa de modernizar sus servicios y brindar mejor atención: los trenes interurbanos fueron suprimidos; miles de pueblos quedaron aislados y un millón de habitantes emigró a las capitales. Según Solanas, “el maltrato al pasajero se hizo norma, los robos y accidentes se multiplicaron, y jamás se vivió en Argentina una crisis del transporte semejante”.  

Tierra sublevada 1: oro impuro (2009), sobre la depredación y el saqueo de los recursos minerales, y la resistencia popular contra la creciente contaminación. Incluía un recorrido por algunas de las explotaciones mineras a cielo abierto que las compañías explotadoras han instalado en el noroeste de Argentina.

Tierra sublevada 2: oro negro (2011), crónica de la resistencia contra la privatización del petróleo y sus trágicas consecuencias: el fracaso económico, social y humano derivado de la venta de las dos principales empresas argentinas (Y.P.F., Gas del Estado). Para Solanas, “fue ésta una de las mayores estafas de la historia de Argentina y estuvo ligada a la ilegítima deuda externa que dejó la dictadura militar. El proceso privatizador se agudizó con la prórroga de las concesiones de Menem autorizadas por el presidente Néstor Kirchner”.  

La guerra del fracking (2013) continuó con las preocupaciones del díptico anterior, a través de un viaje de Solanas al yacimiento Vaca Muerta en Neuquén, con el especialista Félix Herrero y la investigadora Maristella Svampa, con reveladores testimonios de los pobladores y técnicos sobre los efectos y resultados del nuevo proceso de explotación de petróleo y el gas no convencional.

El legado estratégico de Juan Perón (2016), homenaje al viejo ídolo mediante el cual Solanas recupera grabaciones inéditas, suma documentos históricos y conduce el hilo narrativo con un tono didáctico que revela su nostalgia por un proyecto de país que fracasó y su convicción de recordarlo como referencia para un presente que luce decadente.

Viaje a los pueblos fumigados (2018), donde se denuncia los estragos de la fumigación y la contaminación por agro tóxicos, ante la pasiva mirada de los organismos de control y los funcionarios de turno.

Los tres últimos títulos ya estaban revelando a un Solanas un tanto repetitivo, cuyo cine parecía ir desgastándose poco a poco, cuando vino a sorprenderlo la muerte, mientras de manera infatigable dejaba en posproducción un nuevo documental, Tres a la deriva.

EL EXILIO DE GARDEL. Esta película merece un amplio lugar aparte en la carrera de Solanas, por numerosas razones, algunas de ellas muy caras a los uruguayos. Por ejemplo, lo que tiene que ver con el sábado 5 de abril de 1986. Lugar: Montevideo. La ocasión: Quinto Festival Internacional de Cinemateca, el que a lo largo de la historia resultó ser el mejor. El evento había comenzado el 26 de marzo y finalizaba el 6 de abril, pero a medida que fueron pasando los días un creciente rumor invadió los pasillos de Cinemateca: se preparaba a los espectadores una sorpresa fuera de programa. Cuando el día antes del cierre el rumor se hizo realidad, las mil personas que agotamos las localidades de la sala Centrocine quedamos marcadas a fuego por una experiencia emotiva que permanecería indeleble en nuestra memoria. Para asistir al estreno por invitación de El exilio de Gardel comenzó a congregarse público desde las dos horas previas a la función. Minutos antes de habilitar sala, la fila que se había formado salía del cine, daba vuelta manzana y llegaba por el otro lado a la mismísima puerta de la sala. Una manzana entera de gente arracimada, para ver un film cuya exhibición había sido confirmada por Solanas apenas 48 horas antes. El director llegó junto a una de las intérpretes, la uruguaya Gabriela Toscano, y luego de una breve y emotiva presentación el film inició lo que a la postre terminaría siendo un clamoroso éxito de taquilla: 96.336 espectadores, el título más visto de ese año en Montevideo. He visto miles de películas a lo largo de mi vida, asistí a muchas funciones difíciles de olvidar y presencié largas ovaciones al finalizar ciertos films políticos (Z, Sacco y Vanzetti), pero con El exilio de Gardel fue diferente porque, como nunca hasta entonces, el público aplaudió en tres oportunidades durante la proyección, no después. Es que, independientemente de su indudable valor artístico, la gran victoria de la película y del propio Solanas fue haber sabido conjugar a la perfección materiales reñidos entre sí (música y política, sentimientos e intelecto, tango y juventud, Primer y Tercer Mundo), sacando de ellos un resultado coherente y de insoslayable vitalidad. Solanas escapó al híbrido que acechaba de raíz esta coproducción con Francia, y tuvo el talento suficiente para dignificar los cuantiosos riesgos que desde el libreto poseía el material, y que en manos de cualquier otro cineasta hubieran convertido la anécdota en un catálogo de clisés o una antología del disparate. Hay que tener mucho tacto y algo de sabiduría para mezclar, sin que la propuesta naufrague, a Gardel, Piazzolla, Discépolo, San Martín, la dictadura militar, el exilio, Pugliese, Pavlovsky y Georges Wilson, el mítico director francés del Théâtre National Populaire. Solanas lo logró plenamente.

 

Lo magistral de El exilio de Gardel resulta fácil de explicar. El film cuenta la historia de un grupo de artistas exiliados en París, que intentan llevar a cabo un espectáculo musical (la “tanguedia”), para el cual no encuentran un adecuado final. Y es lógico que así sea, ya que sus vidas aún se hallan en suspenso, porque la dictadura argentina continúa y el exilio parece infinito. El film entero es una “tanguedia”, con su mezcla de comedia, tango y tragedia, aunque el esquema del asunto parezca ser el de mucho musical hollywoodense clásico: un elenco que prepara una representación, en medio del cotidiano trajín de sus integrantes. Sin embargo, lo que distingue aquel viejo cine de la propuesta de Solanas es que el cineasta elige un costado surrealista, con poderosos simbolismos que le permiten navegar con soltura de la comedia al drama. Eso le hace posible pasar con naturalidad del intimismo que posee gran parte del anecdotario a la expansión coreográfica que revelan los memorables fragmentos musicales. El conjunto es un prodigio de inventiva y, de esa mezcla de estilos, logra un efecto unitario y un envolvente sentido del espectáculo.

 

Pero además está la emoción catártica que Solanas logró trasmitir al público con El exilio de Gardel, un estado del espíritu que sólo puede entenderse si se recorre paso a paso la película. Así se advertirá la suprema inteligencia con que el cineasta manejó el montaje de su torrencial propuesta. Desde el arranque Solanas pulsa los decibeles adecuados: París es una ciudad que invita a la nostalgia y la melancolía, más aún si para abrir la historia se registra un neblinoso amanecer sobre el Sena, entre el Pont Neuf y el Pont des Arts, en pleno corazón de la Cité. Sones de Piazzolla se escuchan lentos mientras una pareja baila un tango en medio del puente, sobre el río, y terminan haciendo el amor en forma muy coreográfica entre las bienvenidas oscuridades del Quai des Orfevres. A partir de allí arranca la historia de los personajes, jóvenes y viejos exiliados, y de bienintencionados intelectuales europeos que los apoyan moral y económicamente. Con gran tino, entre preparativos musicales, episodios de comedia y algún súbito momento de reflexión, la historia navega durante 75 minutos con fluidez constante y sin sobresaltos. Hay episodios descacharrantes (todo lo referido a la visita de Ana María Picchio, la pérdida de los dólares que trae la madre de Miguel Ángel Solá), aunque de a ratos asoman instancias conmovedoras: la lectura de una carta a una joven desaparecida, hecha en público por la propia madre; la despedida de Solá a sus hijos en un andén ferroviario; la visita de Marie Laforet, Gabriela Toscano y Lautaro Murúa a la casa de San Martín en Boulogne-sur-Mer, que posibilita reflexiones sobre las ausencias y el dolor de las vidas que se marchitan. Sin embargo, esos fragmentos sensibles son apenas un esbozo de lo que llegará más tarde.

La intención de Solanas de pulsar con nobleza el pedal de la emoción comienza a manifestarse a los 80 minutos, cuando una escena inesperada provoca la primera sorpresa del espectador: la fantasmal aparición nocturna de Discépolo, que viene en ayuda de los protagonistas para brindarles el adecuado final de la “tanguedia”. Allí, el mismísimo Carlos Gardel entonará el muy adecuado “Anclado en París”, en medio de un decorado estilizado y onírico, en una plaza inmensa y desierta aureolada de neblinas azules. Esa escena es el punto neurálgico del film, porque en ella Solanas se jugó a cara o cruz: la línea divisoria entre genuina nostalgia y ridículo es tan tenue, tan indeleble en ese fragmento, que todo el edificio construido podía haberse desmantelado en ese momento de un solo plumazo. Felizmente el director halló la magia adecuada, adaptando al tema del dolor del exilio la letra de un tango que, a priori, nada tiene que ver con asuntos políticos. El resultado obtenido fue la total conexión con el espectador, y a partir de ahí Solanas se despachó con media hora final en la cual seis episodios, encadenados con total premeditación, otorgan verdadera grandeza a la propuesta y de paso nos estrujan el alma. Conviene repasarlos.

 

1) En medio de un paisaje a la vez hermoso y desolador, Solá recibe en una cabina de teléfono la noticia de la inesperada muerte de su madre en Buenos Aires. Cree verla entre la nieve, sale a buscarla desesperado, pero la figura de la señora se divisa cada vez más lejana, sorda al tardío lamento de ese hijo que no supo decirle a tiempo cuánto la quería.

 

2) De inmediato surge la inconfundible voz de Roberto Goyeneche cantando el tango “Solo”, en medio de una adecuada coreografía. Vale la pena prestar atención a la letra de esa canción, porque allí se da cuenta de la penosa situación psicológica de los exiliados: “Solo y al costado, como un cero solo, al que marginaron y resiste solo. Lejos y perdido, como un perro lejos, voy contra el olvido rastreando mis huesos. Solo y sin un mango como en un suicidio, sólo tengo un tango pa’contar mi exilio. Lejos de mi vida, sin tener un puerto, ando a la deriva y me dan por muerto. Solo y perseguido en mi Buenos Aires ando sin sentido como un tiro al aire. Lejos todo extraño, y me siento poco, y si no me engaño yo me vuelvo loco. Solo y escondido con toda la historia que nos han prohibido y está en mi memoria. Solo es el exilio, como un cero solo, tiempo de delirio que lo borra todo. Cuelgo el corazón en el ropero, mi pobre corazón lleno de agujeros. Lejos, como están los viejos, lejos de cualquier espejo. Solo como un cero solo, solo, resistiendo solo”.

 

3) Seguidamente tiene lugar una dramática discusión entre madre e hija (Marie Laforet, Gabriela Toscano) en torno a un baúl donde se hallan los recuerdos del pater familias, un abogado desaparecido en los primeros meses de la dictadura, al cual ambas recuerdan con similar dolor, pero diferente postura existencial: el choque generacional también dice presente en este retablo de exilios y desexilios.

 

4) El profesor Gerardo (Lautaro Murúa) recibe una anónima llamada telefónica, cargada de amenazas a su persona, y esa escena es seguida por un fragmento en que varias mujeres son perseguidas a lo largo de unos pasillos por siniestras figuras vestidas de negro. La percutante música de Piazzolla otorga al episodio la estructura de un ballet, mientras los vaivenes de la cámara y el acelerado ritmo del montaje son vías adecuadas para comunicar al público una sensación de angustia insoportable y desesperado acoso.

 

5) En respuesta al lamento del exilio que registra el tango “Solo”, una canción entonada por una mujer da cuenta de las penurias vividas por quienes se quedaron en la patria arrasada, eso que Solanas llama “insilio”. Su letra revela la problemática del personaje de Juan Uno, y también la situación que vive el francés Philippe Léotard, verdadero insilado cultural en pleno París: “Para vos que te quedaste, para Gaby, Tito y Diego, para vos que te exilaste en tu barrio o tu ropero. Para vos que te aguantaste discursear a los ladrillos, para vos que soportaste bandas, canas y rastrillos. Para vos que te llevaron por el pelo o por las dudas, para vos que te humillaron y te largaron desnuda. Para todos va mi canto, va buscando su raíz: somos hijos del exilio dentro y fuera del país”. Todos los jóvenes éramos, de una u otra forma, hijos del exilio en esos años.

 

6) El cierre del film es bellísimo, y tiene lugar en un amplio escenario donde el profesor Gerardo recibe la visita de San Martín y Gardel. Es una secuencia visionaria en la que Solanas expresa sus ilusiones, su esperanza y su ideal político: “Poder ver la patria que soñamos, grande, unida”, dice San Martín. Mientras tanto, más melancólico y amargo, Gardel trasluce cierto desánimo: “Yo ya no canto, general, estoy viejo”, aclara antes de poner en marcha el gramófono mediante el cual resucita su invicta voz entonando “Volver”. Tres exilios diferentes, en momentos diversos de la Historia argentina, se dan la mano en una secuencia altamente conmovedora, cuya composición subraya la íntima cohesión de los personajes, al incluirlos juntos tomando mate en un mismo plano. Al retroceder lentamente mediante un largo travelling la cámara aísla progresivamente al terceto, y pone de relieve una suerte de comunión de vivencias, sueños y sentimientos compartidos, que rebasa con amplitud el marco estrecho del problema rioplatense, para otorgar al alegato una dimensión universal.

 

Sólo repasando en detalle esos episodios encadenados con gran habilidad hallaremos la verdadera causa que explica la insólita conexión que El exilio de Gardel tuvo con su público. La película llegaba al corazón de todos y cada uno, de los que se fueron y los que nos quedamos, de los mayores que nos explicaban como mejor sabían o podían lo que estaba sucediendo en la región, y de los jóvenes que sufrimos la mala educación impartida y el cercenamiento de nuestras libertades, precisamente en la edad en la cual lo que más necesitábamos era educación y libertad. O educación en libertad. Eso quizás no sepan apreciarlo en su justa medida los jóvenes de hoy: hace unos años vi este film con mi ahijada, veinteañera, y aunque salió fascinada con la propuesta cinematográfica de Solanas, no pudo captar el componente emotivo que el film tiene para la gente de mi generación. Pero en esa actitud juvenil no hay insensibilidad o desinformación: es sólo una cuestión de distancia respecto al hecho histórico. Ya lo decía Alan Alda en Crímenes y pecados de Woody Allen: “La comedia es tragedia más tiempo”. Pero El exilio de Gardel es un ejemplo de cine político que sortea el escollo del didactismo, y se constituye en un notable ejemplo de la preocupación de Solanas por los problemas estéticos que plantea la realización cinematográfica. Tras la voluntad de crear una forma propia, no tradicional, se dibuja también la figura del espectador ideal, que sabe resistir la anestesia de las imágenes estandarizadas y piensa por sí mismo, adquiriendo la madurez necesaria para aceptar como corresponde una obra ambiciosa y sin concesiones, un verdadero hito del cine latinoamericano.

 

 

 

 

 

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