CÓMO CELEBRE EL FIN DEL MUNDO

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Los últimos días de Nicolae Ceaucescu: una búsqueda que acaricia el Realismo mágico

CÓMO CELEBRE EL FIN DEL MUNDO. (Cum
Mi-Am Petrecut Sfarsitul Lumii) Rumania-Francia, 2006. Dirigida por
Catalin Mitulescu, con Doroteea Petre, Ionut Becheru, Jean Constantin,
Mircea Diaconu.

La cinematografía rumana
tuvo un interesante reconocimiento, en este último tiempo, por la la
crítica mundial. Un cine que muestra un mundo desconocido para muchos
de nosotros. Nuevas historias, costumbres, valores e identidades que
dan respiro a tanta fórmula cinematográfica que nos llega del norte.
“Cómo celebré el fin del mundo” (opera
prima de Catalin Mitulescu) es una película de formato más tradicional,
más accesible, pensada para todo público si se la compara con “La noche del Sr. Lazarescu”, “Bucarest 12:08” o “4 meses, 3 semanas, 2 días”.

Una comedia dramática ambientada en 1989, en Bucarest. Eva (Doroteea
Petre, ganadora como mejor actriz en la sección “Un Certain Regard” de
Cannes 2006) y Lali (Timotei Duma) son hermanos que viven en los
suburbios. La joven sueña con la libertad que su país le niega y el
niño no quiere perder a su hermana mayor.
Al igual que en “4 meses, 3 semanas, 2 días”,
Nicolae Ceaucescu es el leit motiv de lo cotidiano que atraviesa la
película. La presencia simbólica del dictador aparece en cada diálogo
de la vida cotidiana.
“Cómo celebré el fin del mundo” se vincula con “Bucarest 12:08”,
que en tono de comedia absurda mantenía la idea de que nunca hubo
ninguna revolución popular en Rumania. Sólo la caída de un régimen que
se inició primero dentro de las instituciones y recién después en las
calles.

En la película de Catalin Mitulescu hay una búsqueda de la libertad, un
vértigo y una sumatoria de denuncias que redundan en el relato. Ésta
simple historia afectiva entre los dos hermanos alcanza un “realismo
mágico” al mejor estilo Kusturica. Aquí radica su mayor aporte.
La sutileza en el tratamiento fotográfico, los planos de larga duración
y la concentración dramática permiten jugar con la imaginación infantil
y disfrazar la realidad política; a partir de allí se reconstruye la
historia, la memoria y, especialmente, ciertos sentimientos fácilmente
reconocibles para el público.

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