Aniceto

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Estreno en formato DVD tres años después de su estreno en salas comerciales

De cómo permanece y unas pocas cosas más

Por Gastón Molayoli

Aniceto (Argentina/2008). Dirección: Leonardo Favio. Con Hernán Piquín, Natalia Pelayo y Alejandra Baldoni. Guión: Leonardo Favio (con la colaboración de Rodolfo Mórtola y Verónica Muriel), basado en el cuento El cenizo, de Zuhair Jury. Música: Iván Wyszogrod. Edición: Paola Amor. Coreografías: Margarita Fernández y Laura Roatta. Duración: 82 minutos.

 

En el año 2000, con motivo de todas las celebraciones y balances que el calendario siempre dispara, se le preguntó a varias decenas de críticos sobre los mejores directores y sobre las mejores películas argentinas de la historia. En el primer caso, Leonardo Favio encabezó la lista. En el segundo, lo hizo la película que tiene el título más largo de la historia del cine argentino: Este es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y algunas cosas más.

Comercializada en el año 1967 con un título más breve; “El romance del Aniceto y la Francisca”, la película estaba protagonizada por Federico Luppi, Elsa Daniel y Maria Vaner.

El título buscaba adelantar la historia y nos invitaba a ingresar al mundo de los personajes para saber de qué manera el romance quedó trunco, qué papel cumplió la Lucía, el gallo y otras cosas más. Con aquella invitación Favio transformaba nuestra curiosidad frente a lo que iba a relatar, en una mirada atenta a las formas, a esos cuerpos sufriendo, amando, golpeando y siendo golpeados.

Favio es de esos directores que nos demuestran que para comprender una película y para sentir placer con ella no hay otra opción que verla una y otra vez, y pensarla una y otra vez. Y por eso no es un director pasado de moda, cuyas películas se recuerdan con nostalgia cuando uno las pone en contexto. Son obras que no tienen tiempo sino personalidad, que son auténticas porque salen de las vísceras de un gitano y no de fórmulas gastadas (y por eso parecen tan inasibles). En una entrevista que le hizo Lucrecia Martel con motivo del estreno de Aniceto, la directora salteña decía: “entre todas las posibilidades que ofrece un diálogo: el llanto, el grito, y el momento en que no se sabe cómo comenzar con todo eso, yo elijo este último momento. Porque lo otro me inhibe un poco. Me inhibe a mí. Y cuando lo veo al diablo llorando en Nazareno Cruz y el lobo no lo puedo evitar y lloro. Pero cuando tengo que plantear la escena, elijo siempre el momento en que los sentimientos están más enmascarados”. Justamente, cuando todos enmascaran sus emociones – escamotean el llanto, el goce o la alegría -, Leonardo Favio las pone en primer plano, exacerba sus posibilidades y baila con ellas.

Eso es Aniceto: la abstracción de Este es el romance… que busca hacer crecer unos pocos elementos para convertirlos en ballet. La historia no continúa, sino que se repite a grandes rasgos y con la atención puesta en algunos fragmentos de la primera (la riña de gallos, el cortejo, el puñal en el costado y la larga agonía), como si la persona que nos trajera esas imágenes estuviera hipnotizado por el recuerdo.

“Es el Aniceto y sus circunstancias, sus amores, sus alegrías y su tragedia final en su expresión máxima. Llevar esta tragedia al ballet es un sueño largamente acariciado por mí. Pero la música que me acompañaba en mi sueño siempre era el bullicio del río de mi pueblo, los gritos lejanos que a veces llegaban de cualquier lado o, como te dije antes, el sonido del agua corriendo por las acequias; pero eso no alcanzaba para danzar”, decía Favio en la misma entrevista. Como no alcanzaba para danzar convocó al músico Iván Wyszogrod y a los bailarines Hernán Piquín, Natalia Pelayo y Alejandra Baldoni que habitan con soltura e intensidad el mundo del gitano.

Favio nos pide en su última película una entrega propia de su persona, un memorioso que convierte aquel romance en un artificio con olor a teatro y a ballet cinematográfico. El resultado es Aniceto deslizándose por ese mundo de cartones pintados y cuerpos desenmascarados que gritan en busca del llanto.

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