Sin miedo a la muerte

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Morir a la madrugada

Sin miedo a la muerte, de Claire Denis (Francia/1990), 90 min.

 

Por Gastón Molayoli

Después de los créditos iniciales, nos encontramos con una cita. Es un recurso habitual, que puede funcionar como clave de lectura o, al menos, como punto de partida. Lo que no es habitual es que la primera imagen de la película (si es que consideramos que la placa negra sobre la que estaba impresa la cita no es una imagen), nos encuentre con un personaje de espaldas que, en la oscuridad de un auto, desde una voz en off, retoma la cita. Lo hace después de informarnos que es negro, que proviene de Benin, mientras que su compañero, del mismo color y a quien todavía no vimos, proviene de las Islas Occidentales. La cita es la siguiente: “Todo ser humano, de cualquier raza, cualquier país, credo o ideología es capaz de cualquier cosa”. La diferencia fundamental es que en el primer momento se nos informa a los espectadores que el autor de la cita es Chester Himes y que el fragmento pertenece al libro My Life of Absurdity mientras que el hombre en el auto, que luego dice llamarse Dah, no recuerda a quién pertenece ni a dónde la escuchó. Los espectadores tenemos una ventaja sutil sobre el personaje: sabemos el autor de la cita y, desde nuestro lugar, anticipamos que algo terrible va a suceder.

Dah y su compañero, Jocelyne, se mueven en el terreno clandestino de las peleas de gallos. Se sugiere que son nómades en lo suyo, que andan de un lado para el otro con un pequeño equipo de gallos y que, a veces, sus patrones les entregan algunos para que los preparen. El que se dedica a los negocios, a conversar con los patrones, es Dah. El que se encarga de entrenarlos es Jocelyne. Según palabras de Dah, las peleas de gallos están en las venas de Jocelyne. Los entrena como si el proceso fuera parte de un ritual primitivo: se levanta a las 7 de la mañana con ellos, los retira de sus jaulas, los hace correr, saltar, picotear, los peina, les corta el pelo y les da de comer. No hay otra labor que emprenda con tanta soltura. Su conexión con los animales es superior a la que mantiene con los hombres, aunque esto no le impida someterlos a las peleas.

Gran parte de la historia sucede de noche. Las calles de la ciudad, como en varias películas de Denis, son un espacio fundamental. Desde allí, la película se mueve en espiral hacia el escenario central: el pequeño recinto circular dentro del que suceden las peleas y sobre el que los hombres gritan, apuestan y beben, extasiados con el espectáculo de violencia que ofrecen los animales. La alegoría es potente, desnuda una asimetría que no se reduce a la que existe entre los hombres y los animales, pero Claire Denis nunca es explícita.

En Sin miedo a la muerte, la cámara hace una suerte de rastrillaje por los espacios, no deja de moverse hacia (y entre) los cuerpos. En el cine contemporáneo, especialmente el llamado independiente, el poco peso de las cámaras permite desplazamientos más o menos fluidos, aunque lo que prevalece muchas veces es un movimiento injustificado. Denis sabe para qué se mueve y cuándo detenerse, sabe que una cosa es explorar, buscar sin perderse, y otra es dispersarse. Y nunca se regodea en sus hallazgos: los abandona rápidamente en busca de nuevos.

Frente a la caída de las apuestas, el dueño del lugar, un hombre que dice haber tenido un romance con la madre de Jocelyne, propone agregarles espuelas de acero a los animales para mejorar el espectáculo. Es decir, agregar más sangre. Los protagonistas no están de acuerdo, pero el negocio está primero. A medida que avanzan las peleas, algo sucede con Jocelyne: empieza a beber y se distancia de todos, incluso de Dah, pero nunca de los gallos. Jocelyne está interpretado por Alex Descas, uno de esos actores que tienen la habilidad de sostener un primer plano con la mirada casi vacía y, desde ella, llenar todo el espacio. La manera en que Claire Denis filma esa progresiva transformación es admirable.

Esta es una de las películas menos conocidas de la directora. Es posible, sin embargo, que no haya otra en su filmografía que aborde de una manera tan visceral (ni siquiera Trouble every day, aquí conocida como Sangre Caníbal, donde la visceralidad es literal) la violencia que atraviesa, en particular, a los hombres franceses y a los que habitan en (o provienen de) las colonias, y la que atraviesa, en general, a todos los hombres. Su cine no es grandilocuente pero su belleza es ostensible. Hay un momento particularmente poderoso: antes de una pelea, Jocelyne levanta a su gallo, lo exhibe como si fuera una deidad e increpa a los asistentes. Un plano posterior contiene (y abraza) a Jocelyne, que está en contra de la pared, de espaldas y con su gallo, como un Aniceto asustado. Ese plano fugaz encierra en su fragilidad todo el cine de Claire Denis. Lo que sigue es la muerte, antes de que cante el gallo.

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