Ave Fénix

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Algunas ideas en torno a la película Ave Fénix.

 Por Juan Andrés Salinero 

Este cúmulo de ideas algo fragmentarias, desprolijas, surgen de la lectura del bello libro de Marcos Vieytes, “Subjetiva de nadie”. Allí las películas son una excusa para poder hablar de las experiencias que uno tiene cuando se encuentra frente a una obra artística.

En lo formal la película es una mezcla entre policial y thriller, bien clásicos, parecidos a Hitchcock. La historia se presenta en el año 1945, Nelly sale de un campo de concentración con un disparo en la cara. Con el rostro desfigurado está obligada a realizarse cirugías estéticas, para reconstituirlo (recrearlo, mejor dicho).  Luego de esta operación busca a su marido, pero este no la reconoce; él nota el parecido con su esposa y le propone “entrenarla” y así poder cobrar su herencia.

Paisajes de memoria: historia de un cuerpo

Sacándome la apreciación formal y la sinopsis de encima, me gustaría centrarme en el contenido. Creo que es una de las películas que más preguntas dispara (en todas direcciones) y está narrada deliciosamente.

 Hace un par de años estoy leyendo varios libros sobre la memoria; el genocidio; los sobrevivientes y las víctimas de los campos de concentración, pero sin lugar a dudas que la potencia que tiene la película de Petzold es inigualable. Me recordó mucho al libro de Primo Levi  “Si esto es un hombre” y a la película “El lector” de Stephen Dalry. “Ave Fénix” pone en cuestión muchos conceptos de aquel libro y multiplica los conflictos morales de aquel film.

Según mi criterio, el primer tema que trata la película es sobre la identidad: ¿Qué nos hace ser nosotros mismos? ¿Qué importancia tiene el rostro, el cuerpo, en esto que somos? ¿Somos, acaso, un número tatuado en el cuerpo? ¿Somos nuestra voz, nuestros gestos, nuestra ropa? Todo intento por responder trae más preguntas.

Es sin duda nuestro rostro algo característico de lo propio. ¿Cómo mutamos con una cirugía reconstitutiva, con una cirugía estética? Nelly quiere afirmarse en aquello que ella es, o que ella ha sido… ¿Se es uno mismo cuando se vuelve de los Lager (término que designa el campo de concentración Nazi)? La forma en que uno puede reconstituirse o recrearse  identitariamente cuando se es sobreviviente de un Lager es de las circunstancias más complejas, complicada o dolorosa por la que puede trascurrir un hombre o una mujer. Nelly quiere volver a ser esa que fue. Todo el mundo le recomienda que cambie de identidad para que no la reconozcan: ¿Quién desea ver a un sobreviviente en harapos, ojeroso, esquelético, fantasmagórico? Pero ellos vuelven, como fantasmas, a recordarles a los mortales que el Lager existió, por más que nadie lo quiera ni ver, ni recordar.

El médico que hará la reconstrucción, le recomienda colocarse una nariz de una actriz, así será otra, nadie la reconocerá, nadie notará ni su judaísmo, ni su paso por el Lager.  Sin embargo ella quiere volver a ser lo que era ¿Es esto posible? La anécdota que cuenta sobre los condenados que la miraban, mientras ella clasificaba la ropa, es la que nos dará la respuesta. La conciencia, la vergüenza de que su destino de condenada no se cumpliera la perseguirá, también fantasmagóricamente, toda la vida.

Preguntas como ¿Qué es lo que nos hace nosotros mismos? ¿Cuál es la importancia de un rostro? llegan desde las imágenes. El militar burócrata que cuida la frontera, no entiende de rostros desfigurados en los Lager, el médico tampoco. Johnny, su marido, no puede ver más allá de una cara que pide a gritos que la reconozcan. El cuerpo, en contra de cualquier dualismo, es lo propio, lo que nos hace nosotros mismos. Mutando la conocida frase de Spinoza podríamos decir: Nadie sabe , cuanto puede un cuerpo sobreviviente de un Lager. Ese cuerpo es pura potencia, es el que va a llevar a Nelly a buscar al hombre que ama. Aunque este hombre nos enfrente a un conflicto moral de mayúsculas proporciones.

Johnny: el divorcio del pueblo alemán.

Durante años he intentado una justificación de Heidegger y en su figura la de todo el pueblo alemán. Viendo esta película, tal vez, haya estado equivocado. Me ha movido las estructuras y me ha forzado a una profunda reflexión. Johnny es el hombre común, aunque nada lo indique se nos presenta como el ciudadano medio del pueblo alemán. Los ciudadanos comunes, con su indiferencia e hipocresía han sostenido y llevado a cabo la catástrofe más grande del siglo pasado.

Johnny, es vil, es malvado, solo tiene en mente una cosa: cobrar la herencia de su esposa. En cualquier otra película, habría un nuevo enamoramiento, un nuevo comenzar; en cambio aquí, el personaje llega a ser tan desagradable que el primer contacto que tiene con su esposa después de volver del Lager, no es solo no reconocerla, sino que también la manosea y le roba. Él nunca ve a su mujer, solo mira aquellos detalles que la hacen parecer a su esposa; nunca ve profundamente sus ojos, ni sus gestos, tiene una mirada burocrática de Nelly, solo quiere hacerla ver como su esposa, quiere entrenarla para igualar sus gestos.

Aquí está el mayor problema: ¿Alguien puede volver del lager de la misma forma, se puede ser el mismo? Johnny también es parte del Lager, la burocracia se le ha instalado en su vida, por lo tanto, también asesina. Planea todo minúsculamente, burocráticamente, alemanamente, para que no haya cabos sueltos. Pero también como los nazis no pasa de ser un pobre tipo, que se niega a sí mismo la capacidad de pensar y tener conciencia moral. Nada renace de las cenizas, no hay redención posible para Johnny.

 

Acá no ha pasado nada: canción de redención

El otro día una amiga me dijo que cuando estuve en Berlín tuve la sensación de que “acá no ha pasado nada”, a lo que le respondí yo tengo la sensación que también en Argentina muchas personas piensan que “acá no ha pasado nada”. Sin embargo, las noticias, las películas y la vida son curiosas: hoy abuelas de Plaza de Mayo ha encontrado la nieta número 117, de alguna forma, como Nelly, todo busca redimirse.

A contracara de su esposo, Nelly, nos fuerza a pensarla como alguien que se tiene que redimir doblemente: primero por salvarse (injustamente, aleatoriamente) de la muerte; segundo por buscar a su marido y prestarse a ese juego perverso de hacer de sí misma.

La historia avanza como un policial, las pistas se van revelando de a poco. Con suspenso las preguntas van incrementándose. Con el tema del doble, vertiginosamente Hitchcock mete la cola. La muerte vuelve a rondar la vida de Nelly, la vida alemana pueblerina. El tren avanza para atrás, en forma zigzagueante, ese tren de carga que antes llevaba personas, que como fantasmas vuelven a la vida de Nelly y de toda la conciencia de la humanidad.

El final es sublime: con una potencia fortísima, se reafirma la identidad y vuelven las preguntas: ¿Somos nuestra voz? ¿Somos un número que marca nuestro cuerpo, somos un número más en el mundo? La redención vuelve de la mano del canto, de la música, del arte. Nelly canta, mientras Johnny toca el piano. Su voz es nítidamente reconocible, los números tatuados en su muñeca también. No hay lugar para las mentiras. La identidad es la mayor verdad, reafirmase en uno mismo frente a las mentiras del mundo, frente a los oídos que no quieren escuchar los hechos del Lager  Johnny ya no puede tocar. Nelly se agranda, se fortalece. Llega la redención y deja a todos callados. Ya nadie puede decir nada. La voz del sobreviviente da testimonio, canta la verdad, enfrenta a la crueldad y a la hipocresía. Mientras todos miran sin ver, ella sale caminando. Su universo recobra sentido.

 

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