Entrevista con Julián d’Angiolillo

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1966

Julián d`Angiolillo

Brochas en campaña

Por Alejandro Fara y Gastón Molayoli

El director de Cuerpo de letra siguió durante meses a las brigadas que se ocupan de las pintadas políticas en el Conurbano. “De una forma sensorial la película refleja un mundo desconocido”, dijo el autor.

RECORRIDO

Julián D’ Angiolillo es artista plástico y cineasta. Nació el 26 de agosto de 1976 en la ciudad de Buenos Aires. Su primer largometraje fue Hacerme feriante, filmada en la feria La Salada entre 2010 y 2011, en plena remodelación de los puestos ubicados sobre El Riachuelo. Su producción incluye numerosas exposiciones artísticas, videos y cortos.

Su segundo documental es Cuerpo de letra, que se empezó a filmar durante la campaña para las elecciones legislativas de 2013 y se terminó de filmar a mediados de 2014. El proceso de montaje se extendió desde julio del año pasado hasta abril de 2015. Cuerpo de letra se exhibe por segunda semana en el Centro Cultural Leonardo Favio.

Sin ideología y al mejor postor. Así se mueven por la madrugada los muchachos de la brocha. Acaso esta misma noche cuando la cuenta regresiva marque el último recodo hacia una elección crucial estarán trabajando al mismo tiempo para DANIEL, SERGIO Y MAURICIO.

Pertrechadas con balde, brocha y cal, las cuadrillas saldrán a la caza de los últimos muros vírgenes de la ciudad o repintarán las leyendas que la lluvia y los días empezaron a envejecer.  Están ahí, pero no los ves. Parecen invisibles. Sin embargo, en Cuerpo de letra, el documental que Julián d’Angiolillo (39) terminó de filmar en abril de este año tienen un rostro un nombre y se mueven con la soltura de quien conoce el paño. El director de la película que por estos días se exhibe  en el Centro Cultural Leonardo Favio vino a Río Cuarto a acompañar su criatura y se declaró  encantado  de que una ciudad del interior del interior sea una de las primeras en proyectarla.

-¿Con qué película se va a encontrar el público del Leonardo Favio?

-La película revela un mundo y una mecánica de trabajo que en general no es muy conocida y lo acerca al público de una forma bastante sensorial. Hay una intención de que se viva la experiencia de estos personajes, de estar ahí, y vivir lo vertiginoso y riesgoso que es trabajar en la autopista. Hay una preocupación por mostrar cómo se vive el espacio, ese espacio que tiene la particularidad de ser hostil porque está diseñado para los autos. En ese nivel es un poco ir a la conquista de un espacio que no es una peatonal, o un muro donde uno puede ponerse a escribir cómodamente un grafitti. Son puentes, a veces uno tiene que estar colgado, hay riesgo, hay caídas, hay golpes…

 -¿Cuál fue el origen de la película?

-Todo nace por una instalación artística que hice en Tecnópolis. Se llamaba  Antrópolis. Ahí, trabajé con medios de comunicación típicos de la zona del Conurbano: pancartas, propaladoras, pintadas políticas. Algunos de los trabajadores de Tecnópolis me contaron que habían hecho pintadas políticas y me interesé  en el asunto. Cuando me movilizaba por los accesos de Buenos Aires siempre me llamaban la atención las pintadas, como si fueran una suerte de procesión magnética. Antes, todo esto sucedía como resultado de una militancia, pero ahora la mayoría lo hace por encargo. Les da lo mismo si pintan el nombre de un candidato o de otro. Producen un contenido que no es propio. En Cuerpo de letra  está eso que uno observa cuando se traslada a los grandes centros urbanos, esas grandes arterias de las ciudades en las cuales aparecen estas pintadas. Son espacios residuales que en general los municipios locales no los mantienen y que tienen que ver con el mobiliario urbano, las autopistas, los puentes, espacios que terminan siendo conquistados por las pintadas políticas.

-Y que de algún modo son comunes en toda nuestra geografía.

-Claro, cuando venía para Río Cuarto, por ejemplo, miraba los puentes ferroviarios viejos y abandonados, y  todos tienen pintadas políticas de vieja data, de la UCR que vaya uno a saber de cuando eran…Tal vez de los años 80  cuando todavía existía la UCR. Pero, bueno, no removamos la herida. En un comienzo me planteé la película como algo más coral, más de los oficios que tienen que ver con la propaganda sonora, como ese avión que se ve en la película que hace publicidad aérea, también los pasacalles, es decir, medios que hoy son obsoletos. Aparentemente son obsoletos, porque siguen funcionando. Y conviven con las redes sociales que son los medios que hoy dominan. A partir de ese interrogante fue buscar a la gente que hace esto. Cuando vi cómo era la dinámica y cómo trabajaban, dije acá hay una película muy particular.

– La película es muy potente, tanto desde lo visual como desde lo sonoro. Es como si las dos bandas fueran de la mano.  

-La primera pregunta que me hice fue ¿cuál es la mejor forma de registrar esto? A priori me quería alejar de Hacerme feriante a nivel formal. Hacerme feriante es una película construida mayormente a partir de planos fijos, de lo observacional. Quería alejarme de esa idea porque la sentía un poco cómoda, es un modelo que está cada vez más calado en el status quo. Por otro lado, había algo fundamental: no podía hacerlo, no me resultaba práctico porque no sabía dónde iban a pintar, no podía llegar antes que ellos a los paredones para hacer un lindo plano.  Me gustaba la idea de una  cámara  que  estuviera  flotando,  siempre  buscando,  que  nunca  se  encontrase  quieta, detenida, como si se sostuviera por un sentido líquido. Hay algo de la materialidad del espacio, que los envuelve. Con Matías Iaccarino intentaba estar entre ellos y creo que eso está logrado.

-Por momentos parece como si  la  ciudad  estuviera  hablando,  como  si  fuera  un  personaje  más.  ¿Cómo  fue  el  trabajo sonoro, qué estabas buscando?

-Con Pablo Chimenti, el sonidista que también estaba en Hacerme feriante, queríamos que el sonido fuera expresivo. Si bien usamos mucho sonido directo, durante gran parte de la película el sonido está fuera de sincronía. Al principio estaba muy preocupado porque todo el sonido directo que conseguíamos era sonido de tráfico. Era insoportable.  Veníamos de la experiencia de Hacerme feriante, en la que el trabajo con el sonido era agotador, pero era buscado. Acá buscábamos otra cosa. Pablo empezó a trabajar con el tráfico, dejando de lado a los autos. Quedaba, entonces, sólo el sonido de ráfagas de viento. Es como si no estuviera el auto, sino el cuerpo del auto. Hay algo también del orden de las transiciones que están desfasadas: hay transiciones que son visuales pero no son sonoras y viceversa. O a veces el sonido se adelanta. También buscábamos que el tiempo se alterara un poco, para que no se supiera si lo que se está viendo es un flashback, si sucede antes o después.

-Ellos no son dueños del contenido pero siguen siendo dueños de la caligrafía, siguen manteniendo una relación física con la pintada.

-En general ellos pintaban lo que les salía o lo que les habían pedido, nosotros no les pedíamos nada en particular. Cuando terminamos la película volvimos para hacer un spot con ellos, para promocionar la película. En ese momento sí les pedimos que pintaran el nombre de la película. Y ellos lo hicieron, desde su propio estilo. Coincido, entonces, en la idea de que son dueños. Responden al pedido pero lo adaptan a su forma. Es como si cualquier mensaje fuera susceptible de ser ingresado en ese sistema  gráfico  super  establecido,  que  además  es  un  saber  popular.  Un  saber  gráfico, intrínsecamente popular, que luego puede ser usado, por ejemplo, por Durán Barba, que nada tiene que ver con lo popular.

-Es el relato de un oficio que pivotea al borde de la ilegalidad y que genera una rivalidad y una lucha por ver quien se apropia de los muros.

-Sí, el final es en la General Paz que es un territorio muy simbólico porque divide la Capital de la provincia de Buenos Aires y, de alguna forma, las dos bandas se dividen las paredes: del lado de Capital pintás vos, del lado de provincia pinto yo, y es como una negociación permanente.

-Parece como si hubiera en el cine argentino contemporáneo una cierta reticencia a abordar lo político como un campo de disputas, de luchas. Es una de las tesis del libro “El país del cine”, de Nicolás Prividera.  En  Cuerpo  de  letra  y  en Hacerme feriante, tu primera película, esto no sucede.

-Me parece que lo político está mal entendido, como si fuera una marca de época que de algún modo puede hacer envejecer muy rápido a una película. Como si no se quisiera, por ejemplo, registrar determinados procesos históricos o incluso tomar partido frente a ellos por miedo a quedarse encerrado dentro del suceso y no poder trascenderlo. En mi caso no es algo que planifiqué a priori, pero es algo que emerge y me resulta inevitable. En Hacerme feriante había algo innegable de la historia del predio de La salada, y en Cuerpo de letra por la cuestión de los cuerpos y el oficio. En esta última década hubo un resurgimiento de la militancia pero mi idea era pensar que lo político no estaba sólo ahí.

-Hay algo que redujo bastante la discusión estos años y es esta idea de que el observador o el lector debe tratar de desentrañar si el cineasta, el periodista o quién sea es K o Anti K. ¿Pensabas en esta dicotomía cuando hacías la película?

-No lo pensaba pero ahora que la estrené me pasó que me corrieron por izquierda y por derecha. Tengo amigos de los dos “bandos” y me resultaba llamativo cómo cada uno proyectaba de una cierta manera lo que sucede en la película. Hay mucha gente que está vinculada al espacio del kirchnerismo a la que le cuesta ver algunas críticas que se salen de las “formas del modelo”. Es un problema grande que tiene el kirchnerismo y que estaría bueno que lo supere. Y por otro lado los antikirchneristas concluían que, a partir de la ausencia de pintadas vinculadas con el Frente para la Victoria, yo estaba diciendo que esas pintadas no se hacían por encargo sino por convicción. Algo que en realidad fue azaroso. Hubiera pintado tranquilamente a un grupo que pintada para Scioli pero justo me topé con uno que lo hacía para Massa o Macri.

-¿Cómo vivís la posibilidad de que Cuerpo de Letra se estrene en una ciudad del interior del interior?

-Estoy encantado. Son los primeros pasos que damos. Ya estuvimos en Salta y ahora Río Cuarto y luego Córdoba. Igual, si bien la película está filmada en el Conurbano bonaerense, está una práctica común en el país. Cuando uno viaja ve que cada paisaje tiene su tipología particular de pintada. Y esto termina siendo algo bien identitario de lo argentino. En otros países, eso no es común.

Esta entrevista fue publicada originalmente en el Diario Puntal, el lunes 19 de octubre de 2015.  

 

 

3 COMENTARIOS

  1. Hola,queria felicitar a los chicos que hicieron ésta entrevista,me encanto.Lei,ademas, el comentario de la pelicula,y a pesar de no haber tenido el placer de verla,me senti inmersa en ella..A medida que iba leyendo,iba imaginando todo..es como verla,vivirla..les dejo mi saludo y seguiremos aqui,leyendo sus comentarios que me parecen muy interesanteess!!!besos!!!

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