CINECLUB AL FILO – MARZO: LOS EMBAUCADORES.

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En el CC Leonardo Favio (Bs As 55) Río Cuarto

.Año Mariano (España/2000), de Karra Elejalde y Fernando Guillén Cuervo.

.Nueve Reinas (Argentina/2000), de Fabián Bielinsky.

.La vida de nadie (España/2002), de Eduard Cortés.

.Jesus Camp (Estados Unidos/2006), de Heidi Ewing y Rachel Grady.

 

Año Mariano – por María Belén Días Gundín

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Digamos que esta película es para escépticos, ¿o no? Juguemos a ser espectadores o parte del reparto. Juguemos a ser el mismísimo Mariano. Eres un auténtico perdedor; andas errante, sumido en el alcohol. Una noche, después de andar en bares y con prostitutas, y manejando indebidamente, tienes un accidente. Despistas y terminas inconsciente en el medio de la nada. Sin querer, involuntariamente, aspiras el humo de la quema de una plantación clandestina de marihuana. Imagínate lo que sigue: ves a la virgen, la mismísima se comunica contigo; apareces en un pueblo en medio de una procesión religiosa en la cual la gente clama por una inminente lluvia; dices que has visto a la virgen y que has dialogado con ella. De repente, la casualidad ineludible: dos palomas chocan en pleno vuelo, una gota de sangre se derrama y cae justamente sobre el ojo de la venerada. Entonces, se produce el milagro: es el año de tu vida, es el “Año Mariano”.

Ahora eres espectador. Acomódate y déjate llevar por esta desopilante historia en la cual no sólo hay humor (un tanto bizarro), sino también, personajes y situaciones que nos inducen a pensar qué somos capaces de hacer por el éxito, la popularidad, el dinero, y lo que “queremos que sea o queremos ver”. Busca paralelismos entre la ficción y la realidad. Cuestiona a la ley y a la religión. Decide quién es el embaucador. ¡Y olé!

Nueve reinas – por Alexis Gutierrez

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El primer largometraje de Fabián Bielinsky –director ineludible del cine argentino- nos sumerge en las andanzas de dos embaucadores callejeros: Juan (Gastón Pauls) y Marcos (Ricardo Darín) que, luego de un acontecimiento embarullado en un autoservicio, se unirán para obrar juntos en condición de chantajistas, disciplina en la cual Marcos pareciera ser un experimentado. Este, a modo de cátedra, hará una enumeración categórica de los cuantiosos malandras que habitan en la urbe, un montón de ratas silenciosas moviéndose entre la muchedumbre en la ciudad de la furia. El film inyecta nuestra paranoia de vernos inmersos en una situación abyecta, de ser estafados o asaltados en las sombras.

La trama –tácitamente- evidencia la atmósfera de un país, como dice uno de sus protagonistas, que “se va a la mierda”. Contextualizada en el inicio de una nueva década, momento precedente a la detonación cívica del 2001 donde, entre estampidas y estruendos, un presidente huía en helicóptero (y esto no es ficción cinematográfica).

La rutina de ambos es el chantajismo miserable, el hurto menesteroso, la canallada mezquina, pero aparece una oportunidad insoslayable que les permitiría hacerse de un lucro frondoso. Sandler, un viejo socio de Marcos, convaleciente en un hotel lo convoca para una estafa eminente: vender una réplica perfecta de las 9 reinas –unas raras estampillas de la República de Weimar- a un coleccionista español que se hospeda en el lugar. Es aquí donde aparecerá Valeria (Leticia Brédice), hermana de Marcos, a quien deberá convencer, pese a las discordias familiares, para que colabore con ellos. Luego, toda la trama devendrá en enmarañados sucesos con ciertas rotaciones argumentales, con un ritmo prudencialmente ejecutado, sin perder sintonía ni suspenso ni gracia.

La vida de nadie – por Rodrigo Oviedo

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Un mentiroso puede ser un profesional. Un mentiroso se mueve como cualquiera, porque es uno más del decorado y a la vista resulta tan común como lo puede ser un empleado público, un repartidor de diarios, un ejecutivo. Representar una serie de movimientos, repetidos, rutinarios, y lo que es más importante, a distancia: que nadie pueda hacer foco sobre sus asuntos. ¿Por qué vivir así? ¿Por la impuesta necesidad de pertenecer? Esto ocurre con Emilio Barrero (José Coronado), economista y padre de familia. Emilio miente, le miente a todos. Pero la mentira lo ha llevado hasta allí, a su familia de portarretrato, a vestir traje y acarrear un maletín. ¿Es esa la vida a la que quería pertenecer? No importa, ya está adentro. La simulación es su trabajo. Y Emilio entra una mañana más al banco donde “trabaja”, recorre con pasos medidos y calculados con la experiencia que sus años de mentiroso le confieren. Sale, va a su casa, ve la película de su vida, que es ficción. La mentira como paso sin retorno, la mentira como medio para ser parte de algo que, de otra manera, no hubiera podido ser.

Jesus Camp – por Alejandro Fara

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Mirás la película con un anotador y una lápicera, pero cuando llegan los créditos finales, no hay nada apuntado, apenas un nombre: Becky Fischer. Fischer es la estrella de Jesus Camp, el campamento para niños evangelistas que una mujerota entrada en carnes montó en las praderas de Dakota del Norte. Sus métodos, su labia y el carisma que tiene para plantarse en una tarima y movilizar a su auditorio son mostrados en este documental sin tapujos. Las frases de Becky apelan a lo emocional, el piberío como la chica endiablada del Exorcista, entra en trance, los chicos del campamento rezan en lenguas, y lloran a mares. A los 8 o a los 10 años hacen sus primeras armas en el escenario y reproducen las mismas frases (huecas y vacías) que les dictan los adultos. Nada de lo que se diga importa mucho, todo está en ese modo tan elocuente e irracional de abrazar una creencia, de escupir frases cargadas de devoción como quien se sacude el diablo del cuerpo. Salvo el nombre de Becky Fischer la libreta queda vacía porque es cierto que el miedo paraliza. Con Jesus Camp sucede algo de eso. Más que el discurso  histriónico y desenfadado de Fischer lo que asusta de verdad son las cabecitas formateadas a tan temprana edad. Dispuestas a aplaudir a rabiar una imagen de George Bush recortada en cartón, con la bandera estrellada como telón de fondo. Alguien en una radio estima que un 25 por ciento de los estadounidenses rinde culto a alguna confesión religiosa. El locutor lo dice con tono preocupado aunque para los predicadores de la intolerancia que hoy encabezan las listas de preferencia entre los votantes conservadores, eso debe sonar como la más celestial de las músicas.

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