El adiós a un cinéfilo

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Para los que nos encontramos en estos últimos años con la tarea de programar ciclos de cine o participar de un cineclub su nombre siempre fue una referencia inevitable. Los que lo conocieron en su juventud y compartieron con él diferentes momentos de su vida hablaban de Adrián Tonelli como el padre del cineclub en nuestra ciudad. En lo personal, las pocas veces que conversé con él comprendí que se trataba de un hombre inteligente, sensible y cálido, es decir, un verdadero cinéfilo. Los amigos del Corredor Mediterráneo, en particular Antonio Tello, nos permitieron reproducir aquí la entrevista (quizás la última) que salió publicada en el suplemento del diario Puntal, unos días después de su muerte. A ellos, gracias. Gastón Molayoli

Conversación con Adrián Tonelli

Por Antonio Tello El arquitecto Adrián Tonelli ha sido uno de los grandes actores culturales de Río Cuarto y su brillante e inteligente magisterio dio lugar a que varias generaciones de jóvenes aprendieran a ver el cine con los ojos del espíritu. La que sigue es, probablemente, la última entrevista que concedió y ECM la reproduce a modo de homenaje tras su reciente desaparición.   Decía el filósofo Carlos Gurméndez que la pasión es aquello que nos mueve y mueve al mundo, pero la pasión sin la voluntad difícilmente puede construir aquello que imaginamos o deseamos. El arquitecto Adrián Tonelli es un hombre que ha hecho de la cultura y, particularmente, del cine una pasión que lo ha particularizado a lo largo de su vida. Es un hombre culto y cultivador, porque no ha hecho de su pasión un culto particular, sino que lo ha proyectado generosamente hacia la comunidad, la ciudad, y hacia todos aquellos que tenemos la suerte de conocerlo. Adrián, tú eres una de esas personas a las que considero “amigos raíces”, que son aquellos que durante mi larguísimo destierro me han permitido -junto a mi familia- seguir vinculado a esta ciudad, arraigado a esta tierra. Gracias, por eso cuando podía iba a visitarte a España. Así es…pero vayamos contigo ¿cuál fue tu primera pasión? ¿la arquitectura, la ópera o el cine? La arquitectura fue mi primera pasión. Recuerdo que cuando tuve que hacer la tesis para recibir el título yo pasaba por una etapa muy mística y estaba rodeado de amigos místicos y esto me generó la idea de hacer para esa tesis el proyecto de una catedral con arzobispado. Fue un trabajo extremadamente difícil y estuve un año elaborándolo bajo la dirección de un arquitecto venido de Roma. Una vez que lo presenté y recibí mi título se me ocurrió decirle al director de la tesis: “Maestro ¿por qué no le presentamos el trabajo al arzobispo de Córdoba?”, así que fuimos y el arzobispo recorrió todos los paneles y se mostró muy interesado en la forma que habíamos integrado el edificio a la ciudad e incorporado el estilo colonial y las características geográficas y topográficas de la zona. Esto lo predispuso muy favorablemente así que cuando ya terminaba la reunión le dije “Monseñor, hay para Córdoba la posibilidad de obtener una beca del Instituto de Cultura Hispánica”. Se lo dije porque estaba interesado en estudiar arquitectura religiosa contemporánea, porque en España y en el resto de Europa se estaba trabajando en la reconstrucción de las catedrales y templos destruidos durante la guerra, y los trabajos de los arquitectos eran realmente sorprendentes e importantes. Fui a España y allí estuve casi un año y cuando llegó la hora del regreso me amisté con un joven arquitecto chileno, muy trabajador y voluntarioso, al que le dije “¿qué te parece si agarramos una mochila y nos vamos a recorrer Europa a dedo?” Y así lo hicimos, de modo que mi pasión por la arquitectura se manifestó en ese viaje, en el que sentía que tenía que verlo todo, el Partenón, la mezquita Azul, la catedral de Chartres, las obras de Gaudí, en fin, que al cabo volví a Río Cuarto apaciguado después de ver tanta maravilla, para encararme con los problemas de la ciudad, donde había muy pocos arquitectos. Pero, la catedral que proponías no se llegó a construir. No, fue un proyecto de tesis y éstos generalmente eran trabajos que quedaban en la facultad archivados como, digamos, tarea escolar. Supongo que la construcción de templos exige una íntima identificación con una convicción religiosa. Pienso ahora en las catedrales góticas que has visto en las que se manifiesta una tendencia expansiva hacia los cielos al mismo tiempo que hay una utilización especial de la luz en los espacios interiores. Cada época ha tenido su respuesta arquitectónica en el tratamiento de los templos y los de la Iglesia católica no fueron una excepción. En esto, yo tuve una experiencia decepcionante con mi confesor. Cuando le comenté el tema de mi tesis, el me preguntó en qué época de la historia el hombre había manifestado arquitectónicamente mejor su fe en Dios y yo le respondí que, para mí, era en la Edad Media, cuando los templos se erizaban de torres tratando de penetrar en las nubes y alcanzar los cielos. Entonces me respondió que hiciera una catedral gótica. Esto fue para mí muy frustrante, porque lo que yo pretendía era lograr algo acorde a mi forma de ser y de ver el mundo, acorde con la realidad social que vivía y acorde con la realidad de la religión allí donde se desarrollaba mi vida. Por supuesto que no escuché el consejo, pero éste fue para mí motivo de una gran desilusión. Siempre has sido una persona muy curiosa y también muy viajera -lo acaba de certificar tu relato del viaje por toda Europa a dedo y con una mochila-, así que si quieres ver un ballet en el Colón, viajas a Buenos Aires, si quieres conocer la Opera house de Sidney vas a Australia… Sí, me gusta viajar y he viajado mucho. En cada viaje no sólo conocía formas y hábitos sociales y culturales distintos, sino también con las maravillas arquitectónicas de los lugares que visitaba. Fíjate que he llegado a conocer treinta y ocho países en mi deambular por el mundo, y siempre respeté y amé las más diversas formas de la arquitectura. Hasta llegué a besar el Partenón porque es una joya de la arquitectura de todos los tiempos… También una joya de la razón, pues no debemos olvidar que es en la Grecia antigua donde nace el pensamiento racional de Occidente determinado por esa línea clásica que después se recuperará durante el Renacimiento italiano…pero ahora vayamos a otra de tus pasiones, el cine… Cuando volví y me instalé en Río Cuarto como profesional actuante, surgió el cine como una pasión, como dices. Perdona que te interrumpa, pero antes he de hacerte un reproche. En el 2012 estuve deambulando sin entrar alrededor del Guggenheim de Bilbao, porque me habías prometido que lo veríamos juntos… ¡Ah, sí! Tengo que conocer el Guggenheim de Bilbao porque tiene unas líneas y tratamiento del espacio totalmente distintas a lo que ha planteado la arquitectura a lo largo de la historia. Y también la originalidad de los materiales empleados… Así es, los materiales propios del lugar, Bilbao…es tal está maravilla que espero que podamos visitarlo juntos… Espero que sí, Adrián…pero, aparte de estas inquietudes, también eres un hombre que ha colaborado activamente con instituciones benéficas ¿por qué lo has hecho, por espíritu cristiano o por conciencia social? La vida te lleva habitualmente a circunstancias que son duras, arduas, pero también formadoras. Yo tuve a mis padres que vivieron hasta edad muy avanzada. Por ejemplo, mi madre que estuvo paralítica durante muchos años y eso me ayudó a comprender lo que significa el cuidado y el afecto a las personas mayores cuando ya no tienen ninguna posibilidad de valerse por sí mismas. Fue esto lo que me llevó a aceptar una invitación del Hogar de Ancianos San José para incorporarme como arquitecto a la comisión, porque había que había que hacer muchas transformaciones en el edificio, como cerrar las galerías, modular las habitaciones de los hombres, porque el dormitorio que éstos tenían era una sala que tenía unos 50 metros de largo, con todas las camas colocadas en este ambiente y un baño que estaba en el fondo, algo feo, sin intimidad, cosa que producía pánico y tristeza. Me ocupé de modular el espacio e hice habitaciones de tres camas con sus baños particulares… Se dice que uno de los principios de la arquitectura es hacer habitable el espacio para que podamos ser felices… Así es y la transformación del Hogar fue total. Hice una cocina muy moderna, el lavadero, una sala de gimnasia, otra de conferencias para disfrute de los ancianos que estaban allí. Ya he dicho que eres una persona muy inquieta y que has intervenido en muchas actividades determinantes en la vida de esta ciudad. Hace poco, Omar Isaguirre me hizo llegar unos papeles en el que apareces participando en el jurado que eligió los símbolos de esta ciudad, como el escudo ¿no te arrepientes? Lo pregunto porque son estéticamente muy discutibles. Y yo creo que sí, querido, no te puedo decir otra cosa (ríe). Hablar contigo es hablar de cine y, de modo especial, del Cine Club y de grupo que se aglutinó alrededor de él, como el matrimonio Di Cola, el de Clelia y Oscar Olmedo, los Milrad, los Nilson, Marta Carrozzi, en fin, era toda una familia… Sí, éramos toda una familia que amaba el cine, recuerdo que empezamos todo después de que nos conmoviera “Cómicos”, una película de Juan Antonio Bardem, mientras que filas enteras de gente se fuera del cine “Plaza”. Entonces nos dijimos, esto no es posible, toda esta gente debe aprender a ver cine de otro modo, porque el cine es el séptimo arte y, como decía Robert Bresson, es una escritura y tenemos que comprender y, así como nos formamos para apreciar la pintura o la literatura, también es necesario formarse para apreciar el cine. Por esto es que constituimos el Cine Club Río Cuarto, primero con el apoyo de la Sociedad Italiana y después con el de la Biblioteca Moreno, donde hicimos una tarea importantísima. Empezamos con un programa para adulto y después para niños, porque éstos no tenían ningún programa de entretenimiento. El Cine Club lo hizo con el asesoramiento de un especialista, Víctor Iturralde Rúa, que venía de Buenos Aires, quien enseñaba a profesores y maestros cómo se armaba un programa para niños. Después de cada función que dábamos, los chicos se quedaban haciendo filminas, como si fueran pequeños cineastas. Para mí fue todo un impacto las películas del National Film Board, de Canadá, especialmente las Norman McLaren, que eran verdaderos y sorprendentes estudios de la imagen. Nosotros íbamos a Buenos Aires a recorrer todas las embajadas -Polonia, Checoslovaquia, España, Francia, Italia, Holanda, Gran Bretaña, buscando material cinematográfico y así nutrimos a Río Cuarto de un material fantástico. Así teníamos películas compradas por el Cine Club, entre ellas de McLaren, del National Film Board, para poder mantener las funciones, cuando las películas programadas tenían inconvenientes en llegar a Río Cuarto. Recuerdo que, a pesar de mi juventud, me encargaste de que me ocupara de organizar la hemeroteca del Cine Club y yo, no sin audacia, acepté sin imaginarme lo importante que esto sería para mi carrera literaria, pues allí, leyendo los Cahiers du Cinemà supe lo que era la nouvelle vague… La nouvelle vague, el realismo italiano…sí, todo ese material nos servía para dar programas muy elaborados, con una selección de importantes textos críticos, a partir de los cuales podíamos hacer nuestros debates…En cambio ahora sólo se va al cine para entretenerse… Bueno, ahora también tenemos la alternativa del Cine Club Trapalanda. Por suerte han aparecido alternativas muy importantes, como el Trapalanda o el Centro Cultural Leonardo Favio, donde podemos ver cine de los países árabes, de Bolivia, de Perú, cine latinoamericano en general. Quiero creer que es el legado que dejó el Cine Club, cuyo trabajo para adultos, jóvenes y niños, lo llevamos a una asamblea de cineclubistas en Río de Janeiro y nos dieron una mención de honor. En varias ciudades brasileñas después se siguieron nuestros métodos. Hubo algo, por aquellos años, con el que el Cine Club tuvo que luchar y fue con la censura de los gobiernos de facto. ¡Oh, sí! Me acuerdo que yo, como presidente del Cine Club, recibía cada tanto una visita policial. Una vez, un policía me preguntó por qué dábamos películas de detrás de la “Cortina de hierro”, como Polonia, Hungría…por suerte yo tenía un programa de la Universidad de San Juan, donde presentaban las mismas películas que nosotros habíamos conseguido en Hungría, por ejemplo. Entonces le dije que a nosotros nos interesaba el cine como arte y no como instrumento político ni como medio de propaganda. De todos modos, empezó un problema muy serio, como fue la represión y la violencia políticas, por ejemplo a nuestro tesorero, Guillermo Vogler, le explotaron dos bombas en su casa. Vogler fue el autor del primer corto de ficción que se hizo en Río Cuarto, El regalo, basado en un cuento de Juan Floriani, Otra persona vinculada al Cine Club, Susana Mauro, con su esposo y su suegra desaparecieron en Córdoba, y su hermana se vio obligada a irse a Ecuador; Víctor Macció se refugió en México y tú te tuviste que ir a Francia y después a España. Fue en ese momento en que nos dimos cuenta de que el Cine Club había concluido, porque la censura era totalmente impia   *Esta entrevista fue realizada originalmente en el dosa y que podías perder la vida. programa La torre de la canción, poética de la ciudad, emitido por Radio Universidad de Río Cuarto, FM 97.7, el 22 de abril de 2014.

Foto: Mabel Carbonari.

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