HOLLYWOOD: ¿DE LOS ACOSOS A UN NUEVO MACCARTHYSMO? PARTE 2

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PARTE 2: Efecto Weinstein, voces disonantes y complejas consecuencias.

El 5 de octubre de 2017, con las primeras denuncias publicadas contra Harvey Weinstein en el New York Times y el New Yorker los cimientos del actual Hollywood comenzaron a temblar. Rápidamente, como si de piezas de dominó se tratase, otros intocables comenzaron a rodar o trastabillar. El Efecto Weinstein se ponía en marcha…

Kevin Spacey. Tres semanas después de Weinstein, en sólo 72 horas Kevin Spacey pasó de ser uno de los actores más respetados del cine, el teatro y la TV a tener que tomarse un descanso para recibir ayuda. Nacido en Nueva Jersey en 1959, Spacey ganó dos veces el Oscar (Los sospechosos de siempre, Belleza americana) pero además su currículum era tan extenso como lustroso. En cine había sido descubierto por Mike Nichols en El difícil arte de amar y Secretaria ejecutiva, y luego brilló a gran altura en El precio de la ambición de James Foley, Pecados capitales de David Fincher, Los Ángeles al desnudo de Curtis Hanson, Medianoche en el jardín del bien y del mal de Clint Eastwood, Atando cabos de Lasse Hallstrom, La vida de David Gale de Alan Parker, El precio de la codicia de J. C. Chandor e incluso en su icónico Lex Luthor para la fallida Superman regresa de Bryan Singer. En teatro, además de su lucimiento como actor, se hizo cargo de la dirección del Old Vic londinense, y en la época de su actual caída venía cosechando éxitos en los cuatro años de la serie House of Cards.

El 30 de octubre de 2017, en el contexto del por entonces naciente Efecto Weinstein, el actor Anthony Rapp declaró que en 1986, teniendo 15 años, había sido acosado sexualmente por Spacey en el transcurso de una fiesta celebrada en la residencia de éste. En respuesta a estas acusaciones, Spacey alegó que no recordaba haberse comportado de manera inapropiada, y pedía perdón si fue así, pero cometió la torpeza de confesar en ese mismo comunicado que era homosexual, condición que había ocultado hasta ese momento. Spacey siempre había sido muy buen conversador, pero se cerraba a la hora de hablar de su vida privada, que desde el inicio había sido objeto de insinuaciones y rumores. En 1999 había querido despejarlos y comentó a Playboy que un titular de la revista Esquire en 1997 (“Kevin Spacey tiene un secreto”) le ayudó a conquistar mujeres que querían “transformarlo”. Todo eso le granjeó la enemistad de la comunidad gay, que lo tildaba de cobarde, y que ahora no le perdonó que vinculara su condición sexual con una presunta violación a un quinceañero. Según Rapp, el actor “me agarró como un novio agarra a la novia en el umbral. Yo me intenté librar al principio, y no paraba de pensar qué estaba pasando. Pero luego me empujó y se acostó encima de mí. Estaba intentando seducirme. Yo sabía que estaba intentando tener algo sexual conmigo. Por suerte le pedí de ir al baño, y así logré escabullirme e irme de la fiesta”.

A partir de esas declaraciones, en los días siguientes surgieron acusaciones similares, como la del actor mexicano Roberto Cavazos, quien denunció que tanto él como otros muchos jóvenes actores habían sido acosados por Spacey cuando era director artístico del Old Vic de Londres. En parecidos términos, varios empleados de la serie House of Cards lo han señalado por delitos de la misma naturaleza. Tres días después de la denuncia inicial, Netflix anunció que cancelaba sus compromisos y proyectos con Spacey, mientras Ridley Scott volvía a rodar sus escenas en Todo el dinero del mundo (donde componía al multimillonario John Paul Getty) suplantándolo por el octogenario Christopher Plummer. En forma similar a Weinstein, Spacey anunció su ingreso a una clínica en Arizona para someterse a tratamiento por su adicción al sexo. El día que salga, si quisiera seguir actuando, va a necesitar una mejor campaña publicitaria.

Dustin Hoffman: El 2 de noviembre caía en la redada un actor querido por los cinéfilos del mundo entero. También uno de los más talentosos de una generación inolvidable. A los 80 años Dustin no necesita presentación. Pero la guionista Anna Graham Hunter lo acusó de acosarla cuando ella tenía 17 años: “Esta historia la he relatado tantas veces que me sorprende que los que viven en el mundo del cine aún digan que no la conocían. Cuando tenía 17 años hice una pasantía como asistente de producción en La muerte de un viajante. El primer día que estuve en el set me pidió que le hiciera un masaje en los pies. Lo hice, porque no pensé que hubiera algo raro detrás de ese pedido. Pero desde el día siguiente comenzó a perseguirme, a manosearme la cola, a hablarme de sexo delante de otros. Una mañana fui al camarín para saber qué quería desayunar, me miró, me sonrió, se tomó su tiempo y dijo: ‘Voy a tomar un huevo duro… y un clítoris pasado por agua’. Salí despavorida del camarín. Es verdad que viví momentos muy felices en ese rodaje, y me emocionaba conversar con John Malkovich y Arthur Miller, e incluso con Hoffman al principio. Después no”.

Como todos, Hoffman salió a decir que no recordaba nada de lo relatado por Anna, y sin embargo dos días después otra guionista, Wendy Riss Gatsiounis, declaró haber sufrido acoso de Hoffman en 1991, cuando ella tenía 20 años y él 53. Wendy se había acercado al actor para ver si se interesaba en una obra teatral de su autoría. Al verse por primera vez el actor le dijo: “Antes de empezar déjame preguntarte algo: ¿alguna vez has tenido relaciones íntimas con un hombre de más de 50 años?”. Abriendo sus brazos y muy sonriente, continuó: “Sería un nuevo y completo cuerpo para explorar, ¿no?”. Acto seguido Hoffman la invitó a acompañarlo a comprarse ropa, y ella se negó. Al día siguiente su agente le informó que Hoffman no estaba interesado en su obra.

De inmediato otras cinco mujeres acusaron al pequeño gran intérprete en Hollywood Reporter y Variety. Cori Thomas tenía 16 años en 1980, quería ser actriz y era hija de una compañera del actor. Por eso se presentó a él en el hotel. Dustin le habría pedido que subiera a la habitación, y cuando lo hizo lo encontró desnudo, y mientras le hacía insinuaciones sexuales le pidió un masaje de pies. La chica huyó de la habitación. Por su parte Melissa Keshter denunció que el actor metió sus dedos bajo los pantalones de ella durante el rodaje de Ishtar (1986), diciéndole que la haría despedir si decía algo. Una tercera mujer afirmó que el intérprete abusó de ella en un coche, también durante el rodaje de Ishtar. Una cuarta contó que en 1975, cuando tenía 21 años, oficiaba de guía turística en Washington y aseguró que tras pasar una tarde con el actor, la encerró en su propia casa y le dijo que no se iría de allí sin quedar satisfecho, por lo que la chica se vio obligada a practicarle sexo oral. Por último, una mujer llamada Pauline afirmó que en 1973, cuando tenía 15 años, el actor se masturbó y eyaculó delante de ella. Dustin parece tener muy mala memoria, ya que insiste en que no recuerda nada de todo esto.

 

Efecto Weinstein. La caída de Spacey y la delicada situación en que se halla Hoffman son parte de lo que ha dado en llamarse Efecto Weinstein. Repasemos otros famosos que también se han visto envueltos en esta vorágine. La lista no es excluyente.

James Toback: Nacido en Nueva York en 1944, se destacó como libretista para Karel Reisz (El jugador) y Warren Beatty (Bugsy). El 25 de octubre fue denunciado por 38 mujeres al Los Ángeles Times, y a ellas se sumaron otras 200 en las redes sociales, por supuestos acosos cometidos en los años 80 y 90. Toback presuntamente embaucaba a las mujeres bajo el pretexto de darles entrada a Hollywood. Sus encuentros tenían lugar en espacios privados (habitaciones de hotel) y también en lugares públicos (parques), y en ellos se masturbaba frente a ellas. Entre los testimonios públicos se cuenta el de Julianne Moore, que declaró: “Se acercó a mí en Columbus Avenue. Quería que fuera a su apartamento a hacer una audición. Me negué. Un mes después intentó repetir el intento, y lo mandé a cagar en público”.

Brett Ratner: Nacido en Miami en 1969, es conocido como director de Dragón rojo, X-Men: la batalla final, Hércules y la saga Rush Hour. Se unió a la terrible lista el 1º de noviembre, cuando fue acusado públicamente por las actrices Olivia Munn y Natasha Henstridge. La segunda declaró al Los Ángeles Times que la obligó a practicar sexo oral en su apartamento de Nueva York en 1990, cuando ella recién comenzaba su labor como modelo y aún no había llegado al cine. Munn, por su parte, recordó que Ratner se masturbó frente a ella en 2004, durante el rodaje de Al caer la noche. La actriz llegó a contárselo a su abogado, quien le recomendó que evitara enfrentarse a un poderoso. “Eso me dejó impactada”, dijo Munn.

Steven Seagal: El rudo actor, rival de Sylvester Stallone, Jean-Claude Van Damme y Arnold Schwarzenegger, ya había sido denunciado en los años 90 por la modelo y actriz Jenny McCarthy, que afirmaba que para no quedarse sin trabajo debió desnudarse frente a él. En aquel momento nadie le hizo caso. Ahora a mediados de noviembre de 2017 quedó claro que no mentía, cuando la periodista Lisa Guerrero confesó a Newsweek que en 1994, queriendo ser actriz, su manager la llamó para contarle que la habían elegido para un casting del film Terreno salvaje, y que el lugar del encuentro era la mansión del protagonista Seagal. Precavida, Lisa fue junto a una asistente de la agencia, Shari Rhodes. Seagal las recibió en bata de seda y las condujo a una habitación donde se efectuó el casting. El actor alabó su actuación, y horas más tarde la llamó para ofrecerle el rol femenino principal. Además le pidió que volviera a su mansión para filmar dicho casting y con él convencer al director. La chica, desconfiada, se negó. Dos días después le informaron que le habían dado un rol muy secundario. “Como joven aspirante a actriz que era, ¿a quién iba a quejarme sobre esta discriminación sexual? Él era el protagonista y coproductor de la película”, explicó la hoy famosa periodista de TV.

John Lasseter: Noviembre parecía interminable en Hollywood: el 21 cayó el director creativo de Disney y jefe de los estudios Pixar, aunque lo suyo fue diferente. Aquí no hubo denuncias, sino un rumor interno y una súbita renuncia de Lasseter, que reunió a sus empleados y les dijo que se tomaría seis meses de licencia de su cargo, citando “dolorosas” conversaciones acerca de “errores” no especificados. Por su parte, el rumor tenía que ver con la hija del músico Quincy Jones, Rashida Jones, que figuraba como colibretista de Toy Story 4, y que abandonó el proyecto junto a su compañero Will McCormack después que Lasseter le hizo un avance no deseado. Al saberse la noticia, varios ex funcionarios de la empresa declararon que Lasseter era famoso por “agarrar, besar, manosear y hacer comentarios soeces sobre sus atributos físicos a las mujeres”.

James Franco: Este mediático actor californiano nacido en 1978 y con varios éxitos en su haber (la saga de El hombre araña, The Company, La conspiración, Milk, Comer rezar amar, 127 horas, Planeta de los simios: revolución, Alien: Covenant) acarició el cielo con las manos al ganar el Globo de Oro el 7 de enero por su estupenda comedia Obra maestra. Ya estaba perfilado con mucha chance para las nominaciones al Oscar, pero al día siguiente de la ceremonia varias actrices cargaron contra su falsedad, por haber llevado en su solapa una insignia de Time’s Up, ya que lo hacían responsable de episodios de acoso sexual. Una de las chicas, Violet Paley, dijo: “Bonito pin, James. ¿Recuerdas la vez que me bajaste la cabeza hacia tu pene descubierto en tu coche? ¿O la otra vez que le dijiste a una amiga en común que fuera a tu hotel cuando tenía 17 años, después que ya te hubieran agarrado haciendo lo mismo con otra menor? Por su lado, la también actriz Sarah Tither-Kaplan declaró que Franco le dijo que su desnudo completo en dos de sus films “por cien dólares al día no es explotación, ya que firmaste un contrato para hacerlos”. Días después, el actor no fue nominado al Oscar.

Ben Affleck-Casey Affleck: Es tal el nerviosismo de la fauna hollywoodense en estos momentos que Ben Affleck tuvo que pedir disculpas por algo que hizo hace 14 años, y todo porque comentó que el comportamiento de Weinstein lo hacía sentir mal. Entonces la actriz Hillarie Burton le recordó por Twitter que en 2003, cuando ella era animadora de MTV, Ben le tocó los senos. El actor no tuvo más remedio que admitir su conducta indecorosa, pedir disculpas y llamarse a silencio para sentirse mejor. Por su lado Casey, el hermano menor, que en marzo de 2017 ganó un muy merecido Oscar por su labor en Manchester junto al mar, también está involucrado en un escándalo sexual. Hace siete años, cuando dirigió el falso documental I’m Still Here, en el que contaba la historia de cómo el actor Joaquín Phoenix dejaba el cine para dedicarse al rap, fue demandado por acoso sexual por dos mujeres que formaban parte del staff, algo que él negó desde el comienzo en forma rotunda. Con razón o sin ella, si eso le hubiera ocurrido este año no sólo no hubiera ganado el Oscar: ni siquiera hubiera competido.

Michael Douglas: También el hijo del legendario Kirk fue acusado recientemente por una libretista que permanece en el anonimato (eso no vale). La mujer hizo declaraciones muy duras al Hollywood Reporter sobre hechos ocurridos a mediados de los años 80. Acusó a Douglas de amenazarla con boicotearla profesionalmente, masturbarse delante suyo y dirigirse a ella en forma maleducada, faltándole el respeto en público. El actor declaró que el abuso y el intento de boicot son absolutamente falsos. En cambio, recuerda haber tenido un roce público con ella, por el cual le ofrece sus disculpas.

 

Voces disonantes. En medio de tal barahúnda, hay figuras del mundo del cine que han matizado un poco las cosas. Una de ellas, como vimos en la nota anterior, fue Léa Seydoux, al final de su durísima carta. Pero hay otras, de Estados Unidos y Francia.

Catherine Deneuve: Publicó junto a un centenar de celebridades un manifiesto en el que se defiende el derecho de los hombres a importunar a las mujeres, en el buen sentido del término. En dicho manifiesto se explicita que “se está llevando a cabo una campaña internacional de delaciones contra los hombres cerdos, y con las debidas pruebas eso está bien, porque la violación es un crimen. Pero el ligue insistente y desafortunado no es un delito, ni la galantería es una agresión machista. Tras el escándalo Weinstein se ha producido una legítima toma de conciencia de las violaciones sexuales consumadas contra las mujeres en un marco profesional, cuando los hombres abusan del poder. Pero tal como está siendo llevada esta campaña, por medio de la prensa y las redes sociales en lugar de las Cortes de Justicia, está perjudicando a los acusados sin dejarles defenderse apropiadamente, y poniéndolos en el mismo plano que los confesos violadores convictos o internados”. Deneuve y su movimiento agregaron que “no nos reconocemos en ese feminismo que, más allá de los abusos de poder masculinos, toma el rostro del odio contra los hombres y la sexualidad en general. Defendemos la libre voluntad masculina de importunar, tanto como la libre voluntad femenina de rechazar. Eso es indispensable para la libertad sexual. Por supuesto que la pulsión sexual es ofensiva y salvaje por naturaleza, pero no confundamos el ligue desagradable y sin fortuna con la violencia sexual”. La recordada actriz de Repulsión, Belle de Jour y Tristana levantó tanta polvareda a escala mundial, que dos días más tarde no tuvo más remedio que pedir disculpas por el tono del manifiesto, aunque no por su contenido.

Brigitte Bardot: A ella en cambio no le interesa pedir disculpas. El mayor símbolo erótico de los años 60, retirada desde hace casi medio siglo, está más allá del bien y del mal. Por eso suplantó a Catherine y arremetió con todas las baterías cargadas días más tarde: “La mayor parte de las denuncias de acoso sexual en el cine dadas a conocer en los últimos meses son casos hipócritas, porque sabido es que muchas artistas calientan a los productores para tener un papel”, dijo la ex diosa sexual a Paris Match. (En este momento no puedo dejar de pensar que Gwyneth Paltrow acusa ahora a Weinstein de su intento de acoso en 1996, pero Google Imágenes está lleno de fotografías suyas abrazada al productor besándolo, dos años después, cuando ambos ganaron el Oscar por Shakespeare apasionado). Luego Brigitte remató: “Yo nunca he sido víctima de acoso sexual, y me parecía encantador que me dijeran que estaba buena o que tenía un buen culito. Ese tipo de piropo es agradable. Pero ahora muchas chicas jóvenes, para que se hable de ellas, cuentan que han sido objeto de abusos. Más que beneficiarlas eso las perjudica. Lo peor es que esta fiebre de llevar a los presuntos cerdos al matadero nos está devolviendo a un puritanismo y una moral victoriana de la peor calaña, porque sólo sirve a los intereses de los enemigos de la libertad sexual, los extremistas religiosos, los peores reaccionarios, aquellos que opinan que las mujeres somos seres especiales cuando en realidad somos iguales a los demás”.

Alec Baldwin: El polémico actor, que últimamente se ha lucido en su feroz imitación del presidente Donald Trump, utilizó una defensa del cineasta Woody Allen para elevar el mensaje a un nivel diferente. Se refirió al hecho que ciertos colegas que acaban de trabajar para Allen en la aún no estrenada A Rainy Day in New York (Rebecca Hall, Timothée Chalamet) donen sus salarios como si estuvieran expiando un presunto delito. “Woody Allen fue investigado por dos estados y no se presentaron cargos. Renunciar a él y a su trabajo sin duda tiene un propósito, pero me parece injusto y triste. Me pregunto, y les pregunto: ¿es posible apoyar a los sobrevivientes de la pedofilia y de abusos y acosos sexuales, y al mismo tiempo pensar que Woody Allen es inocente mientras no se demuestre lo contrario? Sí, debería serlo. La intención no es ignorar o rechazar las quejas, pero acusar a la gente de ciertos crímenes debería manejarse con otro cuidado. Incluso pensando en las víctimas. Es asombroso advertir que volvemos a transitar por un camino en que los acusados tienen que probar su inocencia. En la América en que me educaron era al revés: el acusador tenía que probar el delito”.

 

¿Un nuevo maccarthysmo? Esas voces disonantes de Deneuve, Bardot y Baldwin me llevan a reflexionar sobre el viejo dicho que “el camino del infierno está sembrado de buenas intenciones”, y me permite formular una muy incómoda pero urgente pregunta: ¿estará Hollywood cayendo sin querer en un nuevo maccarthysmo? La alusión no es política, por supuesto, pero si nos detenemos a pensar un poco en la metodología que se está empleando, advertiremos que es inquietantemente similar. Vayamos por partes.

Desde el 5 de octubre de 2017 el escándalo ha golpeado las puertas de Hollywood de manera continua. Eso no está mal, porque debido a eso han rodado varios indeseables que parecían intocables, mientras otros pesos pesados se tambalean con buena chance de caer. Pero este asunto no debería quedarse en el simple ruido ensordecedor que ha ocasionado. A mi entender, dos instancias parecen imprescindibles: 1) que se diriman responsabilidades y se haga lo necesario para que esas cosas no sucedan más, y 2) que lo que deba hacerse se haga por vía legal, no periodística ni mediante redes sociales.

Es correcta la decisión de la Fiscalía del Condado de Los Ángeles de abrir una investigación formal debido al aluvión de denuncias generalizadas que llovieron sobre Hollywood. Las víctimas deben recibir el apoyo necesario, y los presuntos acosadores deben ser investigados, afrontar un juicio y cumplir la condena que  les sea impuesta, más allá que su conducta delictiva quizá sea difícil de probar, debido a los años ya pasados y la falta de evidencias físicas o testigos directos. Pero más allá de tecnicismos legales, hay cosas que podemos aceptar racionalmente como ciertas sólo aplicando una lógica deductiva. Cosby, Weinstein y Spacey son claros casos de esto que aquí planteo. Seguramente los dos primeros no puedan ser procesados por muchas de las acusaciones que recibieron, pero el conocimiento general de sus depredaciones y la multiplicidad de testimonios de mujeres agredidas (60 para Cosby, más de 40 para Weinstein) hacen que eludir la verdad parezca imposible. Es un disparate suponer que se haya llevado a cabo una conspiración colectiva para eliminarlos. Por el lado de Spacey, el solo hecho que su representante asegure que el actor se ha sometido a una evaluación psiquiátrica y una internación para corregir su adicción sexual basta para dar garantías a las acusaciones, más allá de cualquier duda razonable.

En cambio para todos aquellos de los que no podemos deducir su culpa de ningún modo directo -Hoffman y un largo etcétera- debería reconocerse a priori su presunción de inocencia y aguardar el desarrollo de las instancias judiciales que deberá llevar a cabo la Fiscalía del Condado. Esa gente debería ser apartada de inmediato de los rodajes en los que se supone cometen sus villanías, en espera que su culpabilidad se confirme o se refute vía judicial o psiquiátrica. Por su parte, los estudios deberían implantar nuevas reglas para impedir que surjan nuevos agresores y asegurar así la tranquilidad de sus trabajadores. Aquí es bueno advertir que el caso de Woody Allen no entra en ninguno de los dos parámetros, ya que es el único que está caratulado como cosa juzgada. Su resurrección se debe a una rencilla familiar ventilada a los medios y las redes sociales, y no a una nueva necesidad judicial, por otra parte imposible de efectuarse, ya que en Estados Unidos no puede juzgarse a una persona dos veces por un mismo delito.

Y aquí llegamos al punto neurálgico y doloroso del tema, y que debería formar parte del debate diario, sin ser malinterpretado por fanáticos de uno u otro bando. Hay que reconocer que varias cosas que han sucedido no sirven absolutamente para nada contra los acosos. La primera es sólo prestar atención al costado espectacular y mediático, a “lo que vende”, de todo este asunto. Es decir, a las acusaciones largadas a diestra y siniestra, y cuanto más espectaculares y morbosas mejor. Por idénticas razones me dio vergüenza ajena el circo realizado en la ceremonia del Globo de Oro, con un desfile de mujeres vestidas de negro en medio de inoportunos chistes de muy mal gusto a costa de los árboles caídos. Eso revela con claridad las peores características de la mentalidad estadounidense. Por eso es importante la labor de Me Too y Time’s Up, pero aún me parece superior el trabajo llevado a cabo por Women in Film, organismo que promueve las carreras de las mujeres que trabajan en la industria del cine para conseguir la paridad laboral. Esa organización ha ofrecido una línea permanente de ayuda, las 24 horas de todos los días del año, para atender de inmediato los casos de personas afectadas, sean hombres o mujeres, y las declaraciones de testigos presenciales de los hechos. La tarea está llevada a cabo en forma muy seria y con perfil bajo, para no distraer la atención de lo que importa, y fue dada a conocer mediante un sencillo comunicado de prensa. Por supuesto, ha tenido poquísima resonancia, porque “no vende”.

Una segunda cosa que no sirve para nada es retirar a Weinstein de los créditos de las películas que produjo, como si sus abusos desaparecieran con los títulos. Lo mismo digo de la suplantación de Spacey por Plummer en Todo el dinero del mundo, ya que no debería quitársele al actor el mérito indiscutible de lo hecho en su arte, por lo que pueda llegar a ser como persona en el ámbito privado. Y coincido con Baldwin en que donar el sueldo por haber actuado recientemente para Woody Allen es un disparate. Negar la realidad, como negar el pasado, es absurdo, inútil y muy peligroso, porque conduce inevitablemente a actos irracionales. El siglo 20 vivió varias instancias de ese calibre. Al caer el comunismo llegaron a prohibirse retrospectivas de cineastas y actores marcados, y a nivel montevideano recuerdo un ciclo de Cinemateca sobre Eisenstein en el cual en el boletín informativo aparecían los cinco asteriscos de El acorazado Potemkin entre signos de interrogación. De la misma manera, pero al revés, aún cuesta admitir en público que la mejor cineasta de la historia del cine fue nazi y se llamó Leni Riefenstahl. No podemos rechazar grandes obras del cine sólo porque las haya pagado Weinstein, las dirija Allen o actúe en ellas Spacey. De hacer eso, tendríamos que negar el cine de Chaplin porque le gustaban las quinceañeras, las novelas de Dostoievski porque era ocultamente pedófilo, y los cuadros de Caravaggio por ser un malviviente tirando a degenerado. Es conveniente que entendamos de una vez por todas que muchas veces las obras explican facetas del autor, pero no por ello son el autor.

Una última cosa que no sirve para nada es la metodología que se está utilizando para encarar este delicado tema, y es por ese lado que surgen mis temores acerca de un nuevo maccarthysmo. Recordemos que en los años 40 y 50, en medio de la Guerra Fría (más caliente que nunca por Corea), en Estados Unidos detectaban comunistas hasta en la sopa. El método que empleaba la Comisión de Actividades Antiamericanas era la utilización de la delación, mediante la presunción anticonstitucional que cualquier acusado era culpable si no podía demostrar su inocencia. Así se llegó a un estado de paranoia colectiva en el cual, sólo por ser amigo o pariente de un comunista, cualquiera era automáticamente culpado. Y se le exigía que confesara, porque de no hacerlo le cortarían la carrera y le harían imposible vivir. Unos cuantos acusados eran en efecto comunistas (sin ir más lejos, los famosos Diez de Hollywood), pero la mayoría no. Sin embargo igual terminaron mal, y todos fueron juzgados sin distinción de grado en la evaluación del presunto delito. La consecuencia fue que durante los años 50 Estados Unidos vivió el momento más totalitario de su vida independiente.

Traslademos al momento actual, y al específico tema de las acusaciones, no la instancia, sino el método. Hoy también hay acusados que a todas luces parecen culpables (Weinstein, Cosby, Spacey), pero una amplia mayoría está siendo crucificada (como dicen Deneuve y Bardot) sin pruebas, y con casi nula posibilidad de defenderse. En lugar de una Comisión de Actividades ahora hay varias nocivas redes sociales, en las que se escribe cualquier cosa con total impunidad, y todo el mundo les cree. Y también hay organizaciones feministas con buenas intenciones, pero que parecen haber perdido el rumbo y canjear justicia por venganza… ¿de género, quizás? Si no es así, ¿cómo se explica lo que le sucede hoy a Matt Damon? Textualmente el actor declaró tiempo atrás: “Es maravilloso que las mujeres se sientan con poder para contar sus historias, eso es totalmente necesario. Pero razonemos: hay una gran diferencia entre dar una palmada en el culo a alguien, o violar y abusar de una mujer o de un niño, ¿no? Estos problemas han de ser erradicados, pero tampoco deben ser confundidos”.

De inmediato esta opinión generó que se elevara una petición firmada por 19.000 mujeres, para que el actor sea despedido del rodaje de Ocean’s 8 y su personaje sea eliminado del film. Ese comunicado dice que “exigimos esto porque se suponía que gracias al protagonismo femenino en esta historia, la película supondría un gran paso en el empoderamiento de las mujeres”. Es cierto que el actor pudo haberse expresado de manera más pulcra, pero el contenido de lo que dice no es insensato, mientras que en el comunicado de las feministas hay dos palabras que me rechinan: “exigimos” y “empoderamiento”. La primera es un desubique dictatorial. En las negociaciones nadie tiene derecho a exigir nada. A lo sumo deberán sentarse y discutir con sensatez, como debe hacerse en democracia cuando hay dos opiniones enfrentadas sobre una misma cuestión. La segunda palabra me preocupa mucho, porque “empoderamiento” implica que, conseguido el primer loable cometido de buscar justicia, ya se está pasando a una segunda instancia, que sería la toma del poder, o sea destronar al macho rey. Pero ¿para qué?… ¿para que la hembra reina comience un reinado haciendo lo mismo? Porque se podrá estar o no de acuerdo con lo que dijo Damon, pero por una opinión se exige dejarlo sin trabajo. Eso, exactamente eso, es lo que hacía el maccarthysmo.

Como Alec Baldwin, me declaro a favor de las denuncias de acoso y de la defensa de la mujer en su lucha por la igualdad de género, Pero sólo si se pretenden lograr cambios, y no como vía para imponer suplantaciones con idénticas o parecidas características a las existentes. Adhiero al discurso de Oprah Winfrey en los Globo de Oro, cuando llamó a “la lucha de las mujeres valiosas de la mano con los hombres valiosos”. Es la única vía posible para desterrar los viejos vicios. Pero entre los desmelenados mensajes de Twitter y las prepotentes exigencias de ciertas feministas radicales (que por lo menos ya son 19.000 en Estados Unidos) el horizonte se ensombrece y el método maccarthysta bosteza, listo para despertarse y ser aplicado en un ámbito diferente, aunque de idéntica manera y en una América similarmente retrógrada a la de los años 50. Por eso, cambiar las formas parece prioritario para enaltecer aún más los contenidos.

Leer PARTE 1: De los antecesores de Harvey Weinstein a la caída del magnate.

Por Amilcar Nochetti. Miembro de la Asociación de Críticos de Cine de Uruguay (filial Fipresci)

 

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