Centro Cultural Leonardo Favio (GalerÃa del cine, Buenos Aires 55). Entrada libre y gratuita. Organiza: SecretarÃa de Extensión de la Facultad de Ciencias Humanas (Departamento de Comunicación) y el Centro Cultural Leonardo Favio.
Antonine ha crecido con una secreta pasión: casarse con una peluquera. Cuando ya es un señor maduro su deseo se hace realidad: casándose con una bellÃsima y joven peluquera. La pareja comparte una felicidad absoluta, viviendo una situación tan idÃlica como un sueño.
Adele es una joven triste y sin futuro que piensa que su única salida es arrojarse al Sena desde el puente. De nada han servido los encuentros con los profesionales del grupo de autoayuda a los que ha acudido para intentar encauzar su vida. Pero esta sufrirá un nuevo giro al ser rescatada de las aguas por un lanzador de cuchillos.
Un misterioso forastero (Hallyday), con pistolas escondidas en la maleta, se baja en la estación de un pueblo y conoce a un profesor de literatura jubilado (Rochefort). No tienen nada en común; sin embargo simpatizan hasta el punto de darse cuenta de que a cada uno le hubiese gustado llevar la vida del otro.
Anna (Sandrine Bonnaire) es una mujer casada llena de problemas. Un dÃa confunde a un asesor financiero (Fabrice Luchini) con un psiquiatra y le hace confidente de sus deseos y lÃos conyugales. Poco a poco, iniciarán una relación algo más que oral.
LA BOMBA.A partir de entonces Kubrick se radicó en Inglaterra y concibió cuatro obras maestras consecutivas. La primera fue Doctor Insólito (1964), pesadillesca sátira acerca de cómo puede suicidarse el mundo, con acción alternada en tres vertientes: 1) el Pentágono, donde el presidente lucha contra la estupidez militar; 2) un cuartel, en el que un sensato capitán británico se enfrenta a un delirante general; y 3) el implacable avión estadounidense que avanza hacia un destino final que debido al poder nuclear podrÃa ser el de toda la humanidad. Más allá de la memorable triple labor de Peter Sellers como el presidente, el capitán y un ex cientÃfico nazi, la gran carta de triunfo de Kubrick fue haber apostado a un humor sangriento y vitriólico, con tremendas ironÃas visuales (en medio de una matanza un cartel reza: “La paz es nuestro objetivoâ€), sonoras (en una secuencia encadenada de explosiones atómicas se escucha una suave melodÃa cuya letra dice: “En un dÃa soleado nos volveremos a encontrarâ€) y verbales (el presidente gritando “Por favor, señores, no peleen, estamos en el Cuarto de la Guerraâ€).
HOMBRE Y SUPERHOMBRE. La gestación de 2001: odisea del espacio fue larga. En 1962 Kubrick quedó fascinado con la novela de Arthur Clarke El fin de la infancia y compró los derechos de doce de sus cuentos, uno de los cuales era El centinela. Al principio escritor y cineasta pensaron realizar un documental con entrevistas a famosos cientÃficos, sobre la posibilidad de vida extraterrestre y la teorÃa del viaje intergaláctico. Pero Kubrick cambió los planes y se volcó hacia la ficción, rehaciendo el libreto innumerables veces en una tarea tan perfeccionista como irritante. El film fue concebido para ser rodado y exhibido en Cinerama, pero terminó adaptado al Super Technirama 70 mm de MGM. 2001 es anterior al uso de la computación en cine, por lo que cobra particular relevancia la perfección de sus efectos especiales, Ãntegramente realizados en base a maquetas en escala y trucos fotográficos. Kubrick supervisó todo ese asunto, y su principal colaborador fue Douglas Trumbull, que cobrarÃa fama como encargado de efectos visuales de Encuentros cercanos del tercer tipo y Blade Runner. La pelÃcula quedó lista en marzo de 1968 y costó 10.500.000 dólares, casi el doble de lo estimado al principio. De esa aventura múltiple saldrÃan una obra maestra del cine, el único Oscar recibido por Kubrick en toda su vida, una disputa entre filosofÃa y ciencia, y una serie de novelas de Clarke explicando lo inexplicable.
ULTRAVIOLENCIA.Naranja mecánica (1971) fue una nueva culminación de estilo futurista en la labor de Kubrick. En la primera parte hay un análisis de la sociedad y la marginalidad en un Londres futurista, aunque adecuadamente atemporal. En esa mitad inicial se detallan las villanÃas de la pandilla de delincuentes juveniles encabezada por Alex (Malcolm McDowell, excelente) hasta que, traicionado por sus compañeros, va a dar a una prisión donde estará bajo la tutela de un carcelero agresivo, duro y caricatural. Esa zona está brillantemente filmada, con imágenes que en su momento fueron el colmo de la violencia explÃcita: la paliza propinada a un anciano indigente, la lucha contra una banda rival al son de “La urraca ladrona†de Rossini, la incursión en la casa del escritor y la violación de su esposa, el frustrado asalto a la casa de la mujer de los gatos. Ese paroxismo visual se corresponde con la búsqueda constante de violencia sexual de esos individuos enajenados y a la vez enajenantes. La segunda parte en cambio arranca con la elección de Alex como persona ideal para sufrir el Tratamiento Ludovico, que lo transformará en un ser totalmente nuevo y alejado de la violencia. El atroz resultado será la desactivación total de sus nervios motores, y terminará dejándolo indefenso y expuesto a la violencia de cualquier agente externo que se interponga en su camino. En esa zona la polÃtica asume un rol más preponderante, ya que el Tratamiento es parte de una campaña del Ministro del Interior en vÃsperas de una nueva elección.
BELLA GELIDEZ. Ese triunfo de la desesperanza se convirtió en nihilismo en Barry Lyndon (1975), que por encima de su belleza visual culmina con una frase demoledora, donde se señala que la ambición no paga dividendos eternos y cede ante la muerte, notablemente democrática al igualar a ricos y pobres esfumando sus diferencias. El refinamiento formal llegó a rebasar aquà niveles insospechados: tres años de rodaje en Londres, Irlanda y Postdam, presupuesto multimillonario y un diseño de producción de maniática perfección otorgaron al film un aura de helada, seductora e hipnótica belleza. Sus 180 minutos se sumergen en la vida del protagonista (Ryan O’Neal), que al inicio es un ingenuo, luego un pÃcaro y finalmente un cÃnico arribista, pero esa mirada no se vuelca sobre un personaje del siglo 18 sino que encierra un estudio de la naturaleza humana que parece intemporal. La trama da pie a un espectacular fresco novelesco en el cual hay aventuras, romance, codicias, celos, venganzas y amores. Desde ese punto de vista, el resultado es un verdadero mega espectáculo.
Lo que hizo Kubrick con todo eso es una proeza de reconstrucción histórica (utilerÃa, vestuario, castillos, palacios) y pictórica (múltiples referencias a Turner, Gainsborough, Constable, Ruysdael, Hogarth), pero además implica la glorificación fotográfica de John Alcott, que utilizó lentes especiales para filtrar la luz y pelÃcula ultrasensible para rodar la penumbra natural de las velas en las escenas de juegos de cartas. Tampoco descuidó la banda sonora, con fragmentos de Bach, Haendel, Vivaldi, Schubert y Federico el Grande, junto a marchas militares alemanas y aires irlandeses. De esa forma la pelÃcula captura no sólo a la sociedad dieciochesca, sino además su paisaje, su manera de ser y vivir, y su ritmo, en forma similar a la decantación majestuosa con que se desarrolla el anecdotario. En un alarde de virtuosismo sin parangón, Kubrick se ubicó en un nivel intelectual y teórico afÃn al de Eisenstein, Visconti y Welles, cineastas que sentÃan que el cine era, además de un rodaje, una verdadera consustanciación de todas las artes.
Era el cierre de una carrera memorable. Por el camino quedaron sus vanos intentos de llevar al cine la historia de Napoleón, aunque agradezcamos que esa imposibilidad posibilitara a Kubrick la realización de la magnÃfica Barry Lyndon. Tampoco logró plasmar en imágenes la novela de Stefan Zweig Ardientesecreto, cuyo libreto -que se creÃa perdido desde 1956- fue hallado dÃas atrás por Nathan Abrams, profesor de cine de la Universidad galesa de Bangor. Esa obra dirigida en 1988 por el impersonal Andrew Birkin contaba la historia de un chico de doce años (David Eberts) que en un balneario termal establecÃa un vÃnculo con un barón alemán (Klaus MarÃa Brandauer), quien en realidad lo utilizaba para seducir a su madre (Faye Dunaway). De todas formas, las claves de la obra de Kubrick ya las habÃa dado el propio cineasta en 1974 al declarar que “nada se monta sin mÃ. Estoy allà en cada segundo, yo monto mis films, señalo cada fotograma, selecciono cada fragmento y lo hago todo, exactamente, de la manera que quiero que se haga. Escribir, rodar y montar es lo que hay que hacer para realizar una obra perdurableâ€. Vaya que tenÃa razón…
Este diálogo entre imagen y letra, pelÃcula y libro, nos viene a interpelar y cuestionar los distintos conceptos de la realidad.
Desde la editorial Espacio Renacentista buscamos romper con esos modelos y hacer renacer la literatura, esa que se encuentra encajonada, olvidada y darle vida. Transformándose asà en una herramienta de lucha social. Venimos a deconstruir el modelo de escritor cimentado por el paso del tiempo.
Sin más vericuetos los invitamos a deleitarse con estas pelÃculas.
Centro Cultural Leonardo Favio (GalerÃa del cine, Buenos Aires 55). Entrada libre y gratuita. Organiza: SecretarÃa de Extensión de la Facultad de Ciencias Humanas (Departamento de Comunicación) y el Centro Cultural Leonardo Favio.
Centro Cultural Leonardo Favio (GalerÃa del cine, Buenos Aires 55). Entrada libre y gratuita. Organiza: SecretarÃa de Extensión de la Facultad de Ciencias Humanas (Departamento de Comunicación) y el Centro Cultural Leonardo Favio.
Con sombras recogidas del mejor expresionismo, James Whale adapta al cine en 1931 la pesadilla imaginada por la joven escritora Mary Shelley: Frankenstein.
Gonzalo Suárez aborda en Remando al viento el mito de Frankenstein. Cuenta la leyenda que Percy Shelley,  Mary Godwin y Claire Clairmont pasaron  el verano de 1816 junto a Lord Byron y John Polidori en una casa al lado de un lago en Ginebra leyendo cuentos de fantasmas. Ese fue el escenario donde nació la obra maestra de una Mary Godwin que ya se hacÃa llamar Mary Shelley.
El director Kenneth Branagh hace una nueva adaptación del clásico de terror de Mary Shelley. Con el uso de flashback, un moribundo Dr. Viktor Frankenstein (Kenneth Branagh) divulga un cuento de terror espantoso a un capitán de barco (Aidan Quinn).
PelÃcula húngara inspirada por el “Frankenstein†de Mary Shelley. Un niño criado en un internado no recibe afecto de su familia y se convierte en un asesino. Rudi es un joven que vuelve a casa tras pasar varios años en un internado. El chico busca recibir el cariño materno que no recibió y conocer la identidad de su padre, del que nunca supo. Rudi se presentará al casting de una pelÃcula en el que se desembocará una tragedia que convertirá al joven en un homicida perseguido.
Las cosas tampoco funcionaban bien dentro del extenso imperio, porque el zar (quizá por debilidad de carácter) rápidamente cayó bajo la influencia de su esposa, la zarina Alejandra Fiodorovna, alemana de nacimiento y nieta de la reina Victoria. Esa mujer fue rechazada de plano por el pueblo ruso, que la consideraba una soberbia de corazón frÃo, incapaz de ver nada que no fuera el bienestar de sus hijos y de su familia. Además confiaba ciegamente en el derecho divino de los reyes, lo cual se cree que fue factor fundamental en las muchas decisiones de carácter autocrático y anti popular que su marido llevarÃa a cabo en su reinado. El estallido de la Primera Guerra Mundial agravó más aún su situación dado que Rusia, por decisión de su esposo, se alineó a los aliados occidentales en contra del bloque austro-húngaro y alemán.
Otras dos muestras de la falta de santidad del monarca fueron: 1) la ley promulgada en 1897, por la cual los trabajadores de las fábricas debÃan cumplir jornadas de 11 horas y media de lunes a viernes, más otras diez los sábados; y 2) la lamentable participación en la guerra contra Japón en 1904, que causó la destrucción completa de la escuadra zarista pero además resintió la economÃa nacional, aumentando los niveles de hambre en más de un 100%. La consecuencia no se hizo esperar: enorme descontento popular y múltiples manifestaciones de protesta. El 9 de enero de 1905 la policÃa del zar disparó contra una manifestación pacÃfica dirigida por el pope Georgi Gapon, la cual intentaba llegar a la residencia imperial, el Palacio de Invierno, sólo para pedir pan al monarca. El saldo del Domingo Sangriento fue de 1.000 muertos y 2.000 heridos. Debido a eso, Nicolás II fue bautizado por el pueblo como el Sanguinario y el Verdugo Coronado, sobrenombres con los que fue reconocido hasta su insólita canonización. Al igual que sucederÃa durante el terrible perÃodo de Stalin, son incontables las ejecuciones realizadas de 1905 a 1917 en aplicación de la ley marcial del zar. Pueblos enteros fueron arrasados y el terror más absoluto dominó Rusia, aunque los atentados y las huelgas nunca dejaron de producirse. Y a todo eso habrÃa que sumar 14 millones de hombres enviados al frente de la Primera Guerra Mundial, mal armados, sin paga ni moral alguna, en un conflicto que les era totalmente ajeno. La sumatoria de estas acciones en contra del pueblo ruso serÃan merecedoras de la santidad según la Iglesia Ortodoxa que, en cambio, con el silencio que guardó al ocurrir los hechos terminó siendo cómplice del Sanguinario.
Llegado el sonoro Hollywood rodó RasputÃn y la emperatriz (Richard Boleslawski, 1932), donde el monje salvaba a la zarina y luego llevaba a cabo un sinfÃn de festines en su dormitorio. Nicolás y Alejandra lo toleraban, hasta que finalmente terminaban pagando a un conde para que matase al monje. La pelÃcula hoy es una vieja reliquia, que debe ser recordada sólo por dos curiosidades. Una de ellas es que fue la única vez que en cine actuaron juntos los hermanos Barrymore: Ethel como Alejandra, Lionel como RasputÃn y John como su asesino. El zar Nicolás estaba interpretado por Ralph Morgan. El segundo hecho fue que el prÃncipe Yusupov, acusado de haber conspirado y matado al monje, se hallaba en California cuando el estreno. De inmediato demandó a la MGM por difamación y ganó el juicio: es que verdad y justicia no siempre van de la mano.
Y aunque ya pasaron 128 años de aquel juvenil romance, la ortodoxia en Rusia no ha cambiado demasiado, y los escarceos eróticos del último zar parecen ser tabú. Cuando a mediados de 2017 se supo el contenido de Matilda, las cadenas de cine Cinema Park y Fórmula Kino decidieron que no proyectarÃan la pelÃcula, algo sin precedentes en la Rusia posterior al comunismo. Pero a ello se sumaron actos verdaderamente vandálicos, como un ataque con cóctel molotov a la oficina del director Aleksei Uchitel en San Petersburgo, dos coches incendiados delante del edificio de su abogado en Moscú y el incendio de un cine en Ekaterimburgo, la ciudad de los Urales donde el zar y su familia fueron asesinados. Tan feroces fueron las reacciones ortodoxas que el propio Ministro de Cultura Vladimir Medinski (que no es ningún liberal, por cierto) salió a defender al film: “No existe ninguna infracción legal que pueda impedir la difusión del film. Esto es una campaña de histeria planificada alrededor de una pelÃcula común y corriente, que no insulta para nada la memoria del zarâ€. Para el cineasta ruso Pavel Lounguine, “esta es la versión rusa del Estado Islámico, y estos sujetos no son más que talibanes ortodoxosâ€, mientras que Aleksander Sokurov acusó públicamente a Putin por haber dejado desarrollar desde el seno del gobierno este fanatismo religioso.