Cambios de comportamiento sexual y cine(1)

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Por qué Sexualidad y Cine

La presencia y vigencia de los medios de comunicación de masas, o medios de comunicación social, influye en los comportamientos y hábitos de las personas, esto es un hecho indiscutible.

Vivimos en una “aldea global”. Marshall McLuhan, que fue quien acuñó este término y definió el concepto, no imaginó que tendría tal extensión y al mismo tiempo tanta simultaneidad y pequeñez. Explicó esto que parece ser una contradicción.

La magnitud de la “aldea” en que vivimos alcanza el rincón más remoto del planeta. La simultaneidad está dada por el avance de las comunicaciones hertzianas y la electrónica que nos permiten ver y oír lo mismo en distintas partes del mundo al mismo tiempo.

Con respecto al comportamiento sexual de las personas, los medios de comunicación social han influido en forma significativa en el cambio de costumbres. esto se debe al mayor acceso a la información y al conocimiento de conductas diferentes de las tradicionales o aceptadas en ciertas sociedades o culturas. Los medios de comunicación de masas han ayudado a derribar mitos y creencias, como así también a crearlos. Estimo que han sido más positivos que negativos y eso es lo que intentaré demostrar.

Lo más significativo e importante es que han popularizado, democratizado, es decir, han “masificado” el placer sexual que históricamente ha sido privilegio de las élites del dinero o del intelecto y de la alta clase social. Los medios de comunicación social o de masas (los llamaré así indistintamente) permitieron compartir la intimidad de unos pocos y copiar o reproducir comportamientos sexuales que se creían no adecuados y, a veces, hasta inexistentes.

Los medios de mayor impacto

De la amplia gama de medios de comunicación social existentes, escogí para este artículo el cine, aunque también estimé necesario analizar, aunque sea superficial y tangencialmente, la televisión, sin que por ello deje de reconocer la importancia de otros medios, especialmente las llamadas revistas femeninas. Ellas están contribuyendo con su información al cambio del comportamiento sexual de las mujeres. Han presentado, analizado y discutido el tema del derecho a una sexualidad femenina placentera, sin culpa y desinhibida, aunque creando al mismo tiempo un nuevo estereotipo de mujer, sacándola de la cocina y las tareas del hogar, poniéndola en forma física perfecta, perfumada, con piel suave, cabellos sedosos y bien peinado y vestida con sensualidad, siempre dispuesta a servir a los deseos del varón.

Este es un tema para analizar y profundizar en otra oportunidad, ya que si antes se presentó y se “vendió” la imagen de “Mujer-Madre en la casa” para uso y usufructo del varón, ahora se está presentando y “vendiendo” la imagen de la “Mujer- Sensual-en la cama”, como un producto más al servicio y el consumo del varón, lo que me hace pensar que esas revistas “femeninas” o están dirigidas por varones o lo están por mujeres que no tiene mucha conciencia de lo que están haciendo. No obstante creo que el aporte de las revistas femeninas ha sido (no sé si conscientemente o no) positivo. Pero no quiero apartarme del tema del cine.

Hagamos un poco de historia del cine

El invento de los hermanos Lumière, permitió al gran público, a la masa de la población, entrar en lugares que antes le estaban totalmente vedados, como lo era la intimidad de la alcoba. Le permitió “espiar” lo que debía ser la soledad de las caricias, compartir lo incompartible del beso, sintiendo hasta como una lengua extraña explora la boca del otro y acaricia el paladar. Y hoy, merced al cine pornográfico, hasta acompañar a los amantes en la cama, penetrando en sus penetraciones.

EL cine de pre-guerra creó, tímidamente, héroes eróticos. Los besos apasionados y atrevidos (aunque de boca cerrada y sin intercambio de salivas y juegos de lengua) de Rodolfo Valentino y Tera Vara hicieron sonrojar y cerrar los ojos de nuestras abuelas. Greta Garbo y Marlene Dietrich hicieron soñar, y por qué no creer que fueron causa de alguna polución nocturna o masturbación de nuestros padres.

El cine de post-guerra fue mucho más audaz y creó monstruos sagrados y mitos de la sensualidad y el erotismo, como lo fueron Brigitte Bardot y Marilyn Monroe, obsesión y compañeras de sueños y fantasías de los varones de mi generación. Brigitte Bardot, a quien los más jóvenes tal vez conozcan porque hoy se encarga de defender la vida en extinción de focas y ballenas, fue la primera mujer, allá por mediados de los años ‘50, que apareció totalmente desnuda en una pantalla cinematográfica. Fue en la película “Dios creó la mujer”, obra de Roger Vadim, ese dios profano creador a su vez de erotismo y belleza, que tiene en su haber el descubrimiento, promoción y “masificación” (permítanme usar esa palabra porque realmente es clara y gráfica) de Catherine Deneuve, que después fue una bella burguesa que se prostituía en busca de placer sexual en “Belle de jour “, y de Jane Fonda quien nos regaló sexo futurista en “Barbarella”, creando un nuevo tipo de detonante erótico sexual y quien más tarde, en su plena y magnífica madurez, compartió con nosotros una hermosa escena,en un explícito coito con un parapléjico (John Voight) que había tenido un “Regreso sin gloria” de la guerra de Vietnam. Las tres fueron esposas de Vadim, cosa que supimos gracias a los medios de comunicación de masas, los que nos hicieron sentir el deseo de probar vivir una vida tan bellamente erotizada como la de él.

A fines de los años ‘50, Federico Fellini, ese mago de la intimidad humana, la frustración y el deseo, hace conocer al gran público la privacidad sexual de la aristocracia y la élite del dinero italiano. Todos pudimos observar y soñar que acariciábamos los blancos y grandes senos de la sueca Anita Ekberg, mientras ésta se bañaba acompañada por Marcello Mastroiani, en la Fontana de Trevi, en la noche de la “Dolce vita” romana. Ahí nació el mito de las “suecas eróticas”, en busca de sexo y de penes latinos. Esto lo vuelve a recrear muchos años más tarde en su “Amarcord”, en la escena del baile en el hotel donde los galanes locales conquistan suecas y alemanas y se cuentan sus logros y proezas, siendo la más importante que alguna de ellas accediera a darles su “intimidad posterior”, como prueba de agradecimiento a su virilidad y solvencia como amante.

Pero poco después de la “Dolce vita”, que marcó, sin lugar a dudas, un hito en la historia de la sexualidad moderna y que hizo que el nombre de esta película se transformara en un concepto de modo de vida, en el que estaba incorporado los cambios de parejas y el sexo grupal (“orgías”, como los denominábamos en esa época). En otro film de Fellini, Pepino de Filipo, logra, en un envidiable sueño, sumergirse y revolcarse en los grande senos de la Ekberg, que llenaban la pantalla del cine, reproduciendo un cartel publicitario donde se incitaba a tomar más leche, planteando de esta manera una curiosa contradicción y reflexión acerca de las glándulas mamarias como elemento erótico, y no sólo como necesidad biológica de alimentación de la prole.

Esos senos, que iluminaron la oscuridad del cine y muchas conciencias también, pusieron de manifiesto que los seres humanos (varones y mujeres) sentíamos deseo de explorar eróticamente esas glándulas mamarias; de ellas se nos había enseñado que la naturaleza las había puesto en la hembra tan sólo para dar de mamar a sus hijos.

Otros grandes senos cinematográficos siguieron a Anita Ekberg; Marylin Monroe, Zsa Zsa Gabor, Gina Lollobrígida, Sofía Loren y hasta la dulce Claudia Cardinales, símbolo síntesis de la “pureza-erótico-sexual” en la película cumbre de Fellini, “8 y medio”.

Dejo aquí a Fellini, a través del cual podría analizar muchos aspectos del comportamiento y la fantasía sexual. Lo dejo para que ustedes recuerden a la amante de Marcello Mastroiani en “8 y medio”, que concreta sus fantasías sexuales adolescentes y la explicitación de la fantasía de “harén”, sobre la cual Fellini vuelve una y otra vez en varias de sus obras. Pero antes de dejarlo permítanme que yo recuerde esos monumentales senos de la tabaquera de “Amarcord”, donde el adolescente se sumerge con temor y deleite.

Muy poco después de este cine de avanzada, asistimos al primer cunilingüe cinematográfico. Lo gozó Jean Moreau en la película “Los amantes” dirigida por Malle. Confieso que en esa época muchos no entendimos por qué Jean Moreau mostraba en primer plano su rostro gozoso, gozo que expresaba con jadeos y gritos, cosas que no hacían las mujeres de esa época, cuando su amante había desaparecido de la pantalla, hacia abajo, besando y lamiendo su cuerpo.

Muchos varones y mujeres debemos gratísimos momentos de placer a Louis Mallé y Jean Moreau, que nos abrieron el camino hacia una práctica sexual que no estaba muy difundida en los sesenta y hasta de la que se hablaba en forma peyorativa. Ser un “minetero”, como se denominaba el cunilingüe en mi adolescencia, no significaba ser del todo muy varonil y muchas veces empleábamos esta expresión como un insulto que descalificaba. La virilidad estaba vinculada a la penetración. Creo que a Torre Nilson le hubiese costado mucho imaginarse a su Ecuménico López en un cunilingüe.

Muy poco tiempo después se mostró (o mejor dicho se insinuó) el primer coito anal del cine. Liv Ullman enseñó que se podía tener coitos en otro lugar que no fuera la alcoba con la luz apagada y por otro lugar que no fuera la vagina. El coito anal filmado en la película “El silencio” de Bergman, se llevó a cabo en las butacas de un cine semivacío.

Por la misma época Michelangelo Antonioni justifica la existencia del adulterio, si éste aparece como causa de la búsqueda de placer. Mónica Vitti, protagonista de la película “La aventura”, deja la seguridad de su hogar, acomodado y burgués, y de su rutina matrimonial, en busca de placer coital. Sexo por placer sexual.

El tema del adulterio y la posibilidad de compartir parejas fue largamente debatido y analizado a partir de una exquisita película francesa llamada “La felicidad”. En esa película se presenta la tesis de que es posible “compartir” sexualmente con otra, al compañero matrimonial y sexual. Planteo que se invierte y profundiza en otra película francesa de la misma época, “Jules y Jim”, donde dos amigos comparten una misma mujer.

En esos años en que nos deleitamos coparticipando del placer puramente coital y físico de “Adorado John”, bello film sueco de los ‘60 que nos permitió ver coitos de pie junto a un árbol y practicado por una pareja que tenía apenas una hora de conocerse. Recuerdo, porque me marcó mucho, la expresión de placer en el rostro de la protagonista. Hablo de una época en que se suponía que la mujer “cumplía con el deber conyugal” porque no tenía más remedio ya que hasta ese momento no se había inventado otra forma de procrear. “Adorado John” nos arrojó en la cara el deseo femenino, la necesidad de la mujer de ser tocada, explorada y amada. Junto con Bergman, este cine sueco puso en pantalla, y en pauta, el orgasmo femenino. Muchos varones y mujeres, especialmente mujeres, descubrieron allí que el placer coital existía y que era deseable y lícito alcanzarlo, sin necesidad de pasar por el “sagrado vínculo del matrimonio”.

También pudimos aprender a través del cine que el sexo coital sirve como elemento de comunicación. Nos lo mostró Alain Resnais en “Hiroshima mon amour” donde una pareja de diferentes razas y lenguas se comunica a través de la genitalidad. También aquí se refuerza la posibilidad del sexo interracial, cosa que había planteado con muchas dudas Puccini en su ópera “Madame Butterfly”, dando un final trágico y muy poco alentador a éste tipo de práctica.

Al mismo tiempo que el cine europeo nos abría los ojos y nos invitaba a gozar del placer físico y del coito, el cine americano se hizo eco del sexo oficial, el que yo defino como heterosexual, matrimonial, monogámigo y reproductivo y nos inundó con películas de vírgenes almibaradas, cuyas diosas fueron Doris Day y June Allison. Más tarde el cine americano se reivindicó, pagando su torpeza.

El cine de los años ‘70 nos trajo un acostumbramiento al erotismo y a la sexualidad. Casi todas las películas que llegaban a nosotros aportaban una dosis de sexo coital. Esa década nos deparó películas de la hermosura de “El imperio de los sentidos”, “Una mujer en la arena”, “Barbarella” y “Fiebre del sábado por la noche”, donde un John Travolta,”sexuoso” y ligeramente exhibicionista, hizo humedecer muchas vaginas en las oscuras plateas de los cines del mundo entero.

La obra cumbre de esa década es, sin lugar a dudas, “Ultimo tango en París”, donde Bertolucci nos regala a una María Schneider y a un Marlon Brandon teniendo coitos es un departamento vacío, en el suelo, dentro de una bañadera, ayudando la penetración anal con manteca y con un final masturbatorio en el medio de un salón de baile.

Mientras el cine europeo exploraba con seriedad y profundidad la problemática sexual, el cine argentino y especialmente el brasileño, se caracterizó por las “pornochanchadas”, en las que Porcel y Olmedo, aparecen como exponentes de una curiosa aproximación al comportamiento sexual de los argentinos. Se presentan hombres permanentemente frustrados, que no logran llegar al coito, con hermosas mujeres que son esquivas a este tipo de actividad. Creo que este fenómeno merece un análisis más profundo por lo complejo y extraño. Por un lado se pretende mostrar que los varones vivimos obsesionados por el sexo coital, y especialmente por las abundantes colas de nuestras compatriotas que sistemáticamente se niegan a complacerlos. Parecería que se quisiera ridiculizar los encuentros coitales no matrimoniales y demostrar que todo eso es frustrante y poco placentero. Pero no quiero profundizar en este fenómeno, no obstante estoy abierto a discutirlo y reflexionarlo con quien pueda aportar pistas para un estudio más amplio.

Sigamos entonces en la década del ‘70 en la que la pornografía, las películas pornográficas, dejan la segura intimidad de los aparatos caseros de proyección de “súper 8” e invaden las grandes pantallas del cine comercial.

Como espectadores entramos en la cama, la boca y la vagina de las protagonistas de esas proezas gimnásticas-coitales. Nos fue permitido ver las “Gargantas profundas”, capaces de tragar penes de tamaños no soñados por los más imaginativos y espiar detrás de la “Puerta verde” historias como las de “O” y otras heroínas y héroes de la actividad coital exhibicionista y rentada.

La década de los ‘80, que acabamos de dejar, nos deparó placeres erótico-visuales profundos y a veces violentos. Nos regaló desde el refinamiento de una Bo Derek a quien vimos (y envidiamos) gozar un coito con Dudley Moore, acompañados por el Bolero de Ravel, que desde esa película se llamó “10”. Pasó a ser una música símbolo sexual, mejor dicho, símbolo coital, porque es difícil no recordar a ambos actores en la cama al escucharla, o engancharse en el erotismo desplegado por Jorge Don cuando lo bailó en “Los unos y los otros”, esa interesante película de Claude Lelouch.

De este erotismo fino y con humor pasamos al erotiamo violento y maniático de “Atracción fatal”, donde Michael Douglas paga caro un coito extramatrimonial de fin de semana con Glenn Close. A pesar del final moralista y reforzador del sexo oficial y condenatorio de la violación de la monogamia, no podemos dejar de reconocer la “atracción sana” que nos produce recordar el coito en el ascensor y el de la pileta de la cocina, mientras corre corre el agua de las canillas.

El final de la década nos trajo un sofisticado film que nos abrió las puertas ocultas y secretas del deseo y la imaginación. Vimos a Kim Bassinger y Mickey Rourke vivir y experimentar durante “9 semanas y media” los más creativos placeres sensuales y sexuales, conjugando la comida, el misterio, el descubrimiento, la sumisión y la dominación, en los coitos más explosivos y placenteros ya filmados y mostrados al público. También la fantasía homosexual aparece en este film. Pero de homosexualidad hablaremos más adelante.

El mismo director de “9 semanas y media” nos regaló otra muestra del erotismo en “Seducción de dos lunas”. Aquí las que más deben haber gozado con la imagen, y estimulado su fantasía, deben haber sido las mujeres, prendadas de la indiscutible belleza y sexuosidad del protagonista masculino; a pesar de que Mickey Rourke también aportaba lo suyo, que es mucho y muy especial, en el film mencionado anteriormente.

La década del ‘80 tiene a mi entender dos importantes hitos cinematográficos sexuales. El primero “Je te salue Marie” de Jean Luc Godart, donde nos presenta una María, madre de Dios, no virgen y gozadora de placeres carnales, que causó tanto espanto y escándalo, que no la pudimos ver en ningún país de América Latina.

EL segundo acontecimiento lo constituyó “La última tentación de Cristo”, donde Scorsese nos presenta un Cristo-hombre, con deseos y fantasías sexuales, que ama a su prima María Magdalena, con quien se casa y procrea varios hijos. Y esto prueba la importancia e impacto del cine. El libro “La última tentación de Cristo” lo había escrito Niko Kazantzakis en los años ‘ 50 y a mí particularmente me pareció pesado y aburrido. No así la película que me gustó mucho.

Si la década del ‘80 nos permitió explorar y conocer el placer y el erotismo sexual terreno, no nos abrió totalmente las puertas a la exploración y contestación de la supuesta “asexualidad” divina.

Otro de los campos en que el cine de los años ‘80 incursionó fue el de la homosexualidad. Películas como “La jaula de las locas” I y II nos permitió asomarnos, con humor y sin muchos preconceptos, a conocer la vida de un grupo de seres humanos, que sienten y tienen necesidades como tantos otros, y de los que sólo se diferencian por su administración del estímulo sexual. El dulce y emocionante final de “La jaula de las locas II”, en el cual Ugo Tognazzi no duda en arriesgar su vida para ir a buscar a su pareja, es toda una lección de amor y compañerismo.

En la misma línea de humor, pero con un contenido mucho más profundo y reflexivo, Blake Edwards nos propone un “Victor Victoria” que confunde nuestras inclinaciones y detonantes erótico sexuales, de la misma forma que la transvestida Julie Andrews confundió a James Gadner, a punto tal que finalmente no le daba importancia al sexo de quien había despertado su atracción y su pasión. No fue esa la primera vez que Blake Edwards se adentró en el tema de la homosexualidad, ya en “10” lo había tocado tangencialmente, pero con bastante dramatismo, en el personaje del apoderado y representante de Dudley Moore.

Quizá lo más profundo y completo en esta área fue presentado por el cine francés, a fines de los ‘80 en un film que se llamó “Maurice”, donde James Ivory recrea el libro de Edward Morgan Foster, escrito en 1913 y publicado recién en 1971, años después de la muerte de su autor. Esta tierna película muestra el amor de dos adolescentes homosexuales ingleses y los problemas que enfrentan por amarse. El tratamiento intimista y respetuoso del tema, nos abrió posibilidades para el entendimiento y la aceptación.

Es evidente que el cine se ocupó bastante más del tema de la homosexualidad, inclusive de la homosexualidad femenina, ya sea encubierta y latente, como en la película “Julia” o circunstancial, como en el “Color púrpura”. Todo esto ayudó a entender, aceptar y comprender, al menos un poco más, la legitimidad y el derecho de elegir el tipo de compañero sexual que se desea.

A pesar de que los años ‘80 no pudieron vencer las barreras del análisis del tema de sexo y religión, y sexo y divinidad, dejó importantes huellas en películas como “Agne de Dios”, “El pájaro canta hasta morir”, “El cardenal” y más recientemente “El juicio, donde se analizan las tendencias homosexuales y pedofílicas de un grupo de sacerdotes. A pesar de estas limitaciones, el balance de los ‘80 es altamente positivo; el cine desmistificó, popularizó y alentó la búsqueda de un encuentro sexo-coital humano sin fines reproductivos. Mostró la legitimidad de tener fantasías eróticas y el derecho a satisfacerlas. Este medio de comunicación de masas, el cine, ha sido un aliado del Placer .

La década del ‘90 se inicia con un planteo interesante en materia de sexualidad: el derecho al goce sexual de los discapacitados. Ya habíamos mencionado a Jane Fonda en su coito con John Voight en “Regreso sin gloria”, pero los planteos actuales son algo más explícitos y profundos. En “Mi pie izquierdo”, el protagonista, un discapacitado que sólo mueve su pie izquierdo, enamora una bella mujer y se casa con ella. En “Nacido el 4 de julio”, el símbolo actual de la sensualidad masculina, Tom Cruise, inválido de guerra e impotente, busca satisfacerse y satisfacer a su compañera sexual, con la boca, en una exploración de saliva y lengua de todo el cuerpo de ella que termina en un exitoso y orgásmico cunilingüe.

El cine está abriendo nuevos caminos que nos permitirán explorar la sexualidad olvidad, negada y desconocida de los discapacitados.

por Luis María Aller Atucha (2)

Notas

(1) Este texto es parte de una conferencia dictada en las Novenas Jornadas de sexualidad del CETIS. 7 y 8 de diciembre de 1990.

(2) Luis María Aller Atucha, es Comunicador Social y sexólogo. Ha sido funcionario de organismos internacionales por más de 20 años. En la actualidad es Director de Educación y Comunicación del CETIS y miembro del Panel de Expertos en Comunicación y Educación para la Salud de la Organización Mundial de la Salud. OMS- Ginebra.

Este artículo fue publicado en el nº 16 de Perspectivas Sistémicas (Mayo- Junio 1991)

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